por Ernesto Ayala
"Para hacer crítica hay que odiar. Sí, odiar y amar. Las dos cosas. Si uno quiere ser amoroso o simpático, mejor dedicarse a bibliotecario", dice Héctor Soto, mientras camina por Providencia, bajo el sol del verano santiaguino. Después de ejercer la crítica de cine por 40 años, el tipo no ha perdido la pasión. Todavía no está dispuesto a entregarse a la ecuanimidad o las buenas maneras. Por suerte.
Para los que amamos el cine y la discusión en torno al cine, Soto sigue siendo una referencia inevitable. Su crítica, ni antes ni ahora, ha estado sometida a la urgencia de comentar el estreno semanal, pero eso no significa que no esté al día. A diferencia de muchos, escribe para quien ya ha visto las películas, con lo que se salva de recomendarlas o no, que es el impuesto que debe pagar gran parte de la crítica que hoy se encuentra en la prensa. No. Hasta hace poco en Capital y hoy esporádicamente en La Tercera, Soto siempre se las arregla para entrar en el debate e intervenir con mirada alerta, disidente. Su último acierto, por ejemplo, fue mirar
Radio Corazón como una película finalmente mucho más conservadora de lo que se pintaba a sí misma.
"La crítica de cine -dice un rato antes, entre el ruido de platos, el olor a fritanga y el rumor de las conversaciones en un viejo local de Providencia- no se justifica para que a una película le vaya mejor o peor en las salas. La crítica se justifica, porque te ofrece una instancia de estímulo intelectual, moral o político, que te permite ser más persona, que te permite crecer, que te permite armarte mejor, entender el mundo y entenderte a ti mismo. En mucho de eso no tiene nada que ver el poder".
Héctor Soto, en una semana más, lanza
Una vida crítica, selección de las reseñas, comentarios y perfiles que ha escrito en torno a las películas desde su primer comentario en el diario La Unión de Valparaíso en 1968. "Lanza" es una forma de decir, por supuesto, porque él apenas ha intervenido en el libro. De hecho, cuando escucha que tiene más de 500 páginas, lo que primero que dice es: "Mucho". La iniciativa provino del escritor Alberto Fuguet y del crítico de cine Christian Ramírez, amigos e incondicionales de Soto. Juntos editaron el libro, reuniendo cientos de artículos y desempolvando una montaña de viejos recortes.
Este no es el espacio para comentar el libro en propiedad, pero la verdad sea dicha: no se lee, se devora. Si a un crítico se le juzga no por cómo hace pedazos una película, sino por cómo es capaz de defender algo que le ha gustado, Soto califica sobradamente como un crítico admirable, algo que, por cierto, no es una sorpresa para quienes crecimos leyéndolo. Al pasar por su libro,
se sienten inmediatas ganas de ver películas que uno se perdió, volver a revisar las que se recuerdan vagamente y sacar de las deudas culpables otro resto, las menos."Es una maravilla lo que me estás diciendo -dice cuando escucha un comentario muy parecido a éste-. Yo siempre he considerado que si la crítica de cine tiene una razón de ser es para transmitir entusiasmo".
-¿No se ha vuelto a leer?
"No. Sólo leí por confusión el prefacio del libro (un texto que él mismo escribió para Mundo Diners en 1992). Creí que lo había escrito Christian Ramírez. Después me di cuenta que no tenía nada que ver con él y que era mío. Creo que entonces era capaz de escribir cosas más inteligentes que las escribo ahora. Don Horacio (Serrano, mentor y amigo) me decía una cosa que yo se la compro totalmente. "Toda la gente, Héctor", me decía, "cree que sé mucho más de lo que escribo. La verdad es que si me llevan dos líneas más allá, me caigo".
¿Falsa modestia? No, si se considera que Soto ya había recibido un buen puñado de ofertas para publicar sus críticas, ofrecimientos que había declinado con no poca decisión. Ahora, según cuenta Fuguet al principio de
Una vida crítica, su aprobación se redujo a no oponerse, con la convicción de que, en el fondo, el proyecto nunca llegaría a puerto. ¿Por qué tanta reticencia?
"No es por dármelas de interesante, pero yo pienso que las cosas que se escriben para la semana son para la semana y no tienen la "prospectiva", como diría la profesora de la película
Amarcord de Fellini. Soy apenas un zorzal de parrón. No vuelo muy alto."
-¿Su pudor no será porque detrás de todo comentario hay un confesión?
"Yo creo que la crítica de cine tiene algo de eso. No sé si sea un oficio confesional, pero está muy contaminado por las circunstancias y la biografía. Uno escribe en función del contexto y de la historia personal. Con todo, yo soy de los pelotudos que todavía creen en la objetividad del género y de la aproximación a las películas". Las pistas de la emoción
-Usted privilegia, a lo largo de su trabajo, la emoción como valor de juicio. El que una película emocione la convierte en interesante, el que no, en prescindible. Ahora, lo que produce emoción puede variar de espectador en espectador. ¿Cómo se puede ser objetivo, entonces?
"El gran muro de defensa en la objetividad de la crítica de cine de mi generación es la teoría del autor. Y la teoría del autor te entrega herramientas más o menos válidas, más o menos certeras en la gran mayoría de los casos para saber cuándo una película está bien hecha, cuándo está extraviada, cuándo puede emocionar, cuándo no emociona. A eso, hay que sumarle la experiencia empírica de las películas que mejor se comunican con sus audiencias. Ahí también hay indicios a tomar en cuenta."
-Y si hago una pregunta que va más atrás, casi de tipo arqueológica: ¿por qué privilegiar la emoción?
"Por decirlo con alguna crudeza, creo que la grandeza del cine está asociada a su manera de acercarse a la realidad, y más que a la realidad, a la humanidad, a la condición humana. Yo creo que la relación que tiene el cine con la realidad es muy misteriosa. Y más misteriosa aún es la relación que tiene con eso que llamamos humanidades, con el ser hombre. Creo que si el cine llega a perforar la condición humana es sólo porque puede establecer relaciones muy extrañas, muy dialécticas, con la realidad. Y se vuelve una forma de expresión extraordinariamente potente cuando somos capaces de reconocernos, de identificarnos o de proyectarnos en él. Esas son las pistas de la emoción".
-Yo también creo que el cine nos enseña a mirar, a mirar cosas que no veíamos antes.
"Estoy totalmente de acuerdo. El cine es casi como una cierta manera de mirar. El gran cine, por supuesto. Es mirar, pero también es emitir una opinión, una opinión sobre la vida. Sin embargo, esa doble función yo siempre la he sentido muy asociada a la realidad. Por eso, desde el estreno de La guerra de las galaxias en adelante, más todavía desde el momento en que la imagen se convirtió en un espacio digital, se me han producido muchos cortocircuitos".
-Pero le gustó
Blade Runner, por ejemplo.
"Me gustó. Me gustó su moral, su inventiva, su puesta en escena".
-Ahí la realidad no es literal.
"Por cierto. Pero sí hay una realidad en el espacio diegético, en el espacio que muestra la pantalla. Y la película se acerca a esa realidad de una determinada manera, a mi parecer muy realista. Donde a mí me cuesta hacer valer ese concepto es respecto a las películas de monos animados. Por eso hace 30 años decreté que el cine de monos animados no me interesa. Incluso más, estaría dispuesto a afirmar a sostener que eso no es cine, porque no tiene relación con la realidad".
El entrevistador protesta frente a esta última opinión y Soto sonríe, pero no titubea. Cambiamos de tema.
La gloria de los años 70-En
Una vida crítica usted se ve muy cómodo con el cine de los setenta. A través de los textos se nota que muchas de esas películas realmente lo hicieron vibrar.
"Quizás está relacionado con que en los años setenta se anduvo tocando el techo del Olimpo. Me parece que cineastas como Cimino, como Coppola, como Scorsese, estiraron la cuerda al máximo de lo que hoy llamamos cine clásico, y lo potenciaron en término tales, que, al menos en ese registro, son insuperables. Llevaron la identificación, la proyección y la descolocación del espectador, que es lo que hacía básicamente cine clásico, a cumbres casi inalcanzables."
-Usted contrapone el cine clásico a lo que hoy hace Kiarostami o Tsai Ming-liang, lo que algunos llaman el nuevo canon.
"Es que ahí tal vez hay más distanciamiento, pero más sintonía fina también. Es un cine portador no de grandes, sino de pequeñas verdades. Muchas de las buenas películas orientales o de las películas independientes que vemos son eso: verdades del momento o fulgores de la mirada, asociados al gesto, a los personajes o a la situación."
-Yo lo llamaría también más un cine puertas adentro.
"Absolutamente. Además, es muy congruente con que la modernidad abrió los abanicos, en términos del público, de la tecnología y de cómo vemos las películas. Porque hoy ir al cine es una manera de ver una película, pero hay otras: comprar un video, bajarlo por internet, comprar una copia pirata en la calle, reunirse con amigos y ver lo que trajiste, no sé, de la última vez que fuiste a Quito".
-Eso nos lleva al tema de que las grandes películas ya no parecen estar en el cine masivo, sino que se han movido a los márgenes, a diferencia de lo que sucedía antes, cuando, no sé, El padrino podía ser el estreno más visto del año.
"Estoy de acuerdo, pero me gustaría decir antes que el cine sigue siendo, básicamente, ir al cine. Todavía ésta es la mayor instancia de sociabilización. Las otras formas plantean un problema cuando nos damos cuenta de que ya no estamos hablando todos de lo mismo. Cuando yo hacía crítica de cine en los setenta, suponía que todos los críticos estaban hablando y preocupados de lo mismo. Hoy no tengo esa sensación. Fuguet está preocupado de las cosas que compró la última vez que estuvo en California. Jorge Letelier quizás anda preocupado de lo último que llegó de su circuito. Christian Ramírez nos lleva diez años de anticipación en lo que sea. Y así, todo".Las masas salvan al cine
-Una de las tesis que se desprende de su libro es que la masividad del cine lo ha salvado de convertirse en un arte de capillas, como la poesía o la plástica.
"Lo sigo creyendo. Creo que la masividad sigue siendo la gran garantía, el gran resguardo que tiene el cine para no transformarse en una actividad intrascendente y pajera, como la numismática o la filatelia. En lo grueso, en lo común, en lo ordinario, el cine tiene un activo. Dios lo guarde".
-Pero hoy los cineastas más talentosos están abandonando el cine más masivo.
"Desgraciadamente. Ahí entramos al tema de cómo ha cambiado la industria. Yo creo que es terrible, porque ella ya no está manejada por gente que ame lo que esta industria hace. El cine pasó a ser parte de un aparato mucho más grande, que podríamos llamar la industria del entretenimiento. Incluso corre el peligro de transformarse en una filial de la industria del video juego. Corre el peligro, entonces, de transformarse en un mundo de emociones ficticias. O de sensaciones: la sensación del terremoto, del vértigo, de la tercera dimensión, de la estridencia".
-La emoción de la montaña rusa, que se pasa apenas uno se baja.
"Exactamente. Son emociones potentes, pero vaya que son primarias".
-El buen cine se está yendo a los márgenes. A eso voy.
"A los márgenes, pero márgenes que, concederás, que son cada vez más amplios. Rohmer seguirá trabajando en los márgenes, pero hoy el trabajo de Rohmer se difunde más que en la época en que yo escribí sobre
Mi noche con Maud. Hoy es posible que veamos
Mi noche con Maud. Antes ibas a la semana en que se daba o la perdías para siempre".
-¿Nunca se ha querido involucrar en hacer cine? ¿Escribir un guión, por ejemplo?
"No, para mí el cine es ir al cine."
-Su otro gran amor es la literatura.
"Me encanta. Y es más: a lo mejor en la medida que me he decepcionado un poco del cine, me gusta cada vez más la literatura. Pero basta que vea una película como la última de Tarantino, que se llama
Death proof, para que yo recupere las intensidades más adolescentes del placer que significa ver una película, y que son intransferibles. Ese tipo de emoción, ese tipo de intensidad o gozo que tuve viendo esa película, que es si tú quieres una basura, no la tengo, digamos, con Proust. Eso también es importante. El cine sigue teniendo una carga plebeya, que es lo que le aporta buena parte de su dignidad. Si el cine fuera pura alta cultura, puro Fellini o pura Capilla Sixtina, por así decirlo, posiblemente no me hubiera gustado".
"Tengo una relación traumática con el cine chileno"-¿Cómo es su relación con el cine chileno?
"Para qué voy a mentir. Creo que nunca he considerado el cine chileno como parte del cine. Como para mí el cine es gozo, es sensualidad, es erótica, con el cine chileno tengo una relación traumática, de coito interruptus, de malas posiciones."
-Sus crónicas sobre algunas películas chilenas de los sesenta parecen escritas hoy: problemas de guión, de puntos de vista, poco afecto por los personajes. Parece que no hemos avanzado mucho en 40 años. ¿Tiene alguna tesis?
"Hemos avanzado mucho en términos de imagen y de sonido. Vemos y escuchamos mejor que antes. Pero seguimos extraviados en términos de ADN. Siempre me ha intrigado que los chilenos seamos capaces de exportar manzanas o colas de zorro, lo que sea, y nunca hayamos hecho una película que le haya hablado al mundo. Peor aún, si consideramos que hemos pasado por procesos políticos y de transformación muy potentes."
-Pero en lo que sí hemos logrado cosas es en el cine documental.
"Ni siquiera demasiado. Varios trabajos de Ignacio Agüero, como
No olvidar o
Cien niños esperando un tren, que están entre lo mejor que se ha hecho en Chile, pero no tenemos a un Errol Morris o un documental como
Capturando a los Friedmans. Películas como
Calle Santa Fe o las cosas de Patricio Guzmán me fascinan por el trabajo que han realizado recuperando imágenes del país que fue. Encuentro que tienen un poder casi hipnótico, pero están puestas al servicios de planteamientos muy maniqueos. No creo que le hayamos pegado mucho el palo al gato. Ni siquiera en el documental."
-¿Qué le pareció
Calle Santa Fe?
"Interesante, pero tremendamente narcisista. Que la historia no cruzó por mí, que fui expulsada de la historia, dice Carmen Castillo. ¿Pero quién se cree? ¿El haberse unido a un revolucionario loser le da derecho a situarse en la primera fila la historia? Me parece discutible. Es cierto que sufrió, como sufrieron muchas personas en Chile. Pero no sé si el sufrimiento sea prueba de virtud. Te aclaro que su película me gustó, pero me pareció egocéntrica, muy ideológica y extraviada."
-¿Y qué le parece Raúl Ruiz?
"Los críticos chilenos están convencidos de que es nuestro Roberto Matta del cine. Pero a mí
La recta provincia me pareció, más que una tomadura de pelo con sus guiños al teatro del absurdo de los 50, una lata y una infamia.