viernes, febrero 29, 2008

la mejor semana del año (para cinéfilos)

Otra Fuera de foco, en Wikén. Pero x ser febero (sí, feb 29, raro) y por estar delgado el suplemento y porque llegaron avisos de mitad de página (en mi caso, American Gangster de R Scott) mi columna fue cuidodosamente editada x mi jefe, Ernesto Garrat, que tuvo que reducirlo a la mitad mientras yo estaba fuera de la ciudad. Aquí la columna entera; no sé si es mejor, es solo más larga y la que envie. Ya en marzo, Ernesto me dice que la página será una página y que, además, vendrán más cambios al veterano suplemento de los viernes

Fuera de Foco:
La mejor semana del año


por Alberto Fuguet


La semana que pasó, la semana previa al Oscar es la mejor semana para el cinéfilo común y normal (¿hay cinéfilos normales?) que no viajan cada mayo a Cannes (o sea, casi todos). Es más: creo que la semana que pasó fue acaso la mejor semana del año de la cartelera y eso que del año llevamos poco. Da lo mismo que quizás a uno no le gustó lo que estrenaron (la machachona y sospechosamente indie y falsa Juno, sin ir más lejos) y lamenta que no estrenaron lo que quería que estrenaran: Away From Her con Julie Christe o Into the Wild de Sean Penn.


Así es: aunque a uno no le gusten todas las películas nominadas, lo cierto es que no hay semana mejor: es la semana en que, milagros de milagros, uno desea verlo casi todo. O todo. A veces por necesidad (¿será para tanto la nueva de PT Anderson?, ¿un musical gore de Burton?, ¿Jason Reitman como mejor director?) o para pelar o querer ver si de verdad es tan buena/mala como dicen, lo cierto es que esta es la semana en que uno se siente impulsado para ir al cine de manera compulsiva para estar el día, para tener tema en común con tus hermanos cinéfilos y, sin duda, para aplaudir o escupirle a la pantalla de televisión a la hora de la interminable ceremonia con sus horrorosas canciones.

En pocos días vi mucho, y en muy poco lapso, casi corriendo (qué casi, corriendo) para poder estar al día para la puta/bendita ceremonia que ennerva, molesta, excita, decepciona, aburre pero, al final, no puedes sino mirarla, revisar y cotejarla con tus amigos (los presentes y aquellos on-line, via Skype, iChat o simple messenger) los resultados que van apareciendo. Esta semana, la mejor semana cinéfila del año, repito, es casi más agotadora que una semana de festival de cine, como la del Sanfic, que es más una semana de sorpresas y de apuestas y se distingue que es más una fiesta con invitados que algo total y abiertamente popular (increíble: los Coen estaban en todos los barrios y en todas las regiones del país).

Algunos argumentarán que hay semanas mejores. Puede ser pero lo dudo. Quizás, por ahí, sucede algún error y hay una gran semana en mayo, pero por regla, casi siempre (casi nunca) a lo más hay una película (de estudio, independiente, rara, nacional) que uno se muere de ganas de ver; pero es raro, sobre todo como están las cosas, en que pareciera que todo fuera una eterna época de vacaciones infantiles, donde las explosiones y los efectos en 3D se disputan codo a codo las franquicias. De un tiempo me sucede que no quiero ver nada y no por ser menos cinéfilo. Lo que deseo ver, por desgracia, no está en la cartelera sino en los arriendos del Paseo Las Palmas o en un algún torrent.

El Oscar tiene la gracia (y acaso esa es su gracia y por eso es junto con un honor una gran herramienta de marketing) que uno desea ver cuanto antes aquellos que no vería ni siquiera en el cable (en mi caso, Expiación, basada en la novela de Ian McEwan que terminó convertida en una cuidada y cara cinta de calidad, ideal para los aficionados al paisajismo).


Pero lo mejor sin duda es que uno tiene que ver, una tras otra, cintas de directores de la talla de los Coen (redimiéndose y haciendo una clase de cine arriesgado, sin concesiones, que impacta por la fe que le tienen al cine y sí mismos) y, al día siguiente, captar que uno de mis cineastas favoritos, Paul Thomas Anderson, se tropezó seriamente con unos pozos de petróleo para crear una cinta sobregirada, machacona, con la peor banda sonido del año y –lejos- la peor actuación masculina en mucho tiempo. Es cierto que quizás Petróleo sangriento, sin tanta nominación, y durante una semana más árida, pudo haberme conquistado algo más. Lo dudo. Pero luego de ver Sin lugar para los débiles, una obra maestra con uno de los finales más sublimes en años, todo a su lado empalidece. Y a pesar de que creo que Petróleo sangriento es fallida y extraviada, incapaz de generar compasión, que sólo toca una sola nota y la toca mal, el poder verla mano a mano con la de los Coen, y Juno y Expiación es lo que hace que todo se vuelve más intenso y divertido y es que lo ya echo de menos al ver la cantidad de bodrios que están por estrenarse a lo largo de las próximas largas semanas que están por llegar.

sábado, febrero 23, 2008

un lugar que no es para jovenes


Anoche vi una gran gran película. Una película que me sorprendió en forma profunda, que sigue conmigo, que aun no sé del todo de que se trata, que no me abandona, que deja a todas pálidas a su lado.

Se trata de No Country for Old Men , un misterioso título que, luego de verla, se entiende a la perfección. Podría escribir mucho más y creo q mi columna del Wikén hablará de ella.

Solo un par cosas: siempre es posible redimirse y los Coen lo hacen de manera maestra.

Se puede adaptar de manera maestra, sobre todo cuando el material original es visual pero, a la vez, es acerca de aquello que la gente guarda, no muestra. La contención de los sentimientos es, curiosamente, algo mucho mas visual y cinematográfico que la acción y el movimiento.

La música muchas veces molesta, intruye o ayuda a escondar. El sonido despojado y, a la vez, protagónico de la cinta es alucinante. Ver There Will Be Blood al lado de No Country es una experiencia fuerte y donde la sobregirada cinta de PT Anderson no sólo sale mal parada, sale herida y supurando. Aqui el sonido de la cinta es el sonido de la tierra

Bravo por Bardem y Brolin, pero qué grande está y es Tommy Lee Jones. El final de la cinta es audaz y requiere de bolas. Los Coen tienen cuatro. Algunos en el cine pifiiaron. La cinta no es para jóvenes o gente criada viendo el festival de Viña.

Aquí va, cortesía de un amigo, el mismo monólogo -destiload de Cormac McCarthy- con q cierra la película.

Dios; qué final:


All right then. Two of 'em. Both had my father in 'em. It's peculiar. I'm older now than he ever was by twenty years. So, in a sense, he's the younger man. Anyway the first one I don't remember too well but it was about meeting him in town somewheres and he gave me some money. I think I lost it. The second one, it was like we was both back in the older times, and I was ahorseback, going through the mountains of a night, going through this pass in the mountains. It was cold and there was snow on the ground and he would rode past me and kept on going, never said nothing going by, just rode on past, and he had his blanket wrapped around him and his head down. When he rode past I seen he was carrying fire in a horn the way people used to do and I, I could see the horn from the light inside of it, about the color of the moon. And in the dream I knew that he was going on ahead, and he was fixing to make a fire somewhere out there in all that dark and all that cold... And I knew that whenever I got there he'd be there... Then I woke up.

miércoles, febrero 20, 2008

critica a UNA VIDA CRITICA

el libro de Soto se está vendiendo y mucho, y al parecer (es lo que uno espera) también se está leyendo... Y poco a poco, espero, se criticará.
Aquí está la primera. Es extensa, certera y de un cinéfilo que sabe de cine, que le gusta y que, se nota, leyó cada una de las páginas de Una vida crítica. Daniel Villalobos es editor de contenidos de Bazuca.com donde recomienda y critica las docenas de dvds que llegan diariamente a ese sitio de arriendos. Esta crítica, sin embargo, la escribió y apareció en www.civilcinema.cl

Una Vida Crítica

Higiene intelectual
15 de febrero de 2008
Daniel Villalobos

La reciente antología de textos sobre cine publicados por Héctor Soto a lo largo de cuarenta años en distintos medios chilenos viene a poner los puntos sobre las íes: respecto no sólo a la posición del autor como el crítico de cine más importante e influyente que hayamos tenido, sino además sobre la necesidad de leerlo con la perspectiva que da la recopilación y la distancia del tiempo.

El volumen –editado por Alberto Fuguet y Christian Ramírez- reúne en 517 páginas una larga lista de textos breves donde Soto desmenuza, ataca, defiende y alaba a películas de diverso pelaje. Están, desde luego, Clint Eastwood, Woody Allen y Martin Scorsese (los cuales tienen sendos capítulos dedicados a sus filmografías) pero también están Las Tortugas Ninjas, Sexo con Amor, Top Gun e incluso una mediocre cinta de Cantinflas (Su Excelencia, 1967). El criterio de elección, gracias a Dios, no fue la calidad de las cintas, sino de los textos. Lo que es razonable, ya que Soto nunca ha sido un gran propagandista. Como crítico de cine, está en las antípodas de gente como Roger Ebert o incluso Jonathan Rosenbaum. Más que concentrado en promover la asistencia de público a las películas de sus amores, en la mayor parte de su carrera ha preferido emitir juicios mesurados en la forma y apasionados e incluso arbitrarios en la esencia. Sus textos no son material de afiches o promociones y es difícil citar una frase de una de sus críticas que englobe su opinión sobre la cinta en particular.



Soto no predica. Opina. Y el volumen permite asistir al desarrollo de esas opiniones, a la manera en que un autor encuentra su voz, su estilo personal, su mirada respecto al medio. La antología en ese aspecto es un logro de parte de sus editores, si bien tanto en el prólogo como en el epílogo se echen de menos algunos datos duros sobre Soto y un análisis sobre su importancia como crítico más allá de la abierta admiración que Fuguet y Ramírez le profesan.

El volumen también permite, claro, sentarse a discutir con Soto, distinguir aquellas opiniones o miradas que sobreviven y siguen iluminando, de aquellas que resultaron miopes con el paso de los años o que siempre lo fueron. El mismo autor, como explica Fuguet en el prólogo, tenía serias dudas sobre el valor de recopilar textos antiguos, pero lo cierto es que si Una vida crítica permite discernir cuánto de arbitrario hay en su mirada sobre el cine, también es un material inmensamente valioso no tanto para quienes lo han seguido por años como para aquellos que apenas le conocen y tienen aquí la chance de averiguar por qué tanta reverencia hacia su figura.

Los primeros textos del volumen –en orden cronológico- tienen un valor más que nada histórico. Hay escaso rastro en esos textos (desde Por Unos Dólares Más hasta La Hora del Lobo) de la lucidez de décadas posteriores y si bien sus textos sobre Ruiz y Littin en los ’60 son interesantes como piezas de opinión, son confusos y laboriosos comparados con las fulminantes dos carillas que se volvieron su trinchera en la Mundo Diners y en la Capital. El Soto de los sesenta es un conferencista apasionado que se enreda con las tarjetas. El de los ochenta y noventas es un maestro de la frase precisa, del mot juste, un escritor que hizo artículo de fe la frase de Octavio Paz que citó en una de sus reseñas: la claridad en el discurso a estas alturas del partido es un asunto de higiene intelectual. Otro aspecto que salta a la vista leyendo el volumen de tapa a tapa: lo mejor y más perceptivo de Soto está en sus comentarios sobre el aquí y el ahora. No es bueno revisitando cine clásico ni sacando lustre a viejas carreras. Tampoco es un buen profeta: ni Paul Thomas Anderson ni Wes Anderson, por ejemplo, han cumplido las promesas que anunció a raíz de sus primeras cintas.

La mayoría de sus perfiles (agrupados en la sección Rostros) son farragosos y no muy interesantes. El texto sobre Bazin, siendo ilustrativo, suena más a folleto de exposición que a un artículo de vigor real, lo mismo que Siete Miradas sobre Hitchcock, que apila sin mucha gracia varios de los lugares comunes ya más que sabidos sobre el director inglés. Mención especial, eso sí, merece su hermoso relato-comentario sobre el último día de vida de Fassbinder, o el sentido texto sobre un entonces desconocido Oliver Assayas.

Donde Soto se suelta la corbata y pela el cuchillo es en las columnas sobre estrenos de la cartelera. Sus mejores textos por lo general no superan los cinco o seis mil caracteres y es notorio el esfuerzo cuando elige escribir críticas o perfiles que superan esa extensión. En apenas dos carillas y algo, Soto es capaz de pulverizar una vaca sagrada (Nacido para Matar), canonizar una buena película (Amantes) e incluso hacer una convincente defensa de lo indefendible (El Aviador).

Amigo de la chatarra cuando es noble, escéptico frente a esa entelequia entendida tradicionalmente como cine-arte, Soto puede llegar a emocionar cuando aplaude sin pedir permiso pequeñas cintas de terror o ciencia-ficción, cuando rescata del fango a una cinta como Annie comparándola con E.T. o cuando construye a lo largo de los años la defensa del cine de Eastwood.

Tal vez por su admiración por Pauline Kael y Andrew Sarris, por su abierta repugnancia frente a lo que llama “la academia” y por su sostenido interés por la relación emocional que las películas establecen con el espectador, Soto no teme ser arbitrario. Su negocio no es ser justo, ni siquiera convincente. El sobreentendido es que su opinión sobre una película –al menos en el pequeño campo de los textos que firma- es la última palabra digna de decirse y lo demás son pajas y caldos de cabeza. De ahí que su estilo a ratos destile soberbia e incluso aires de mono sabio. De ahí también que resulte tan extraño leerlo escribiendo en primera persona (La Mirada de Ulises, Apocalypse Now Redux), cuando es paradójicamente la tercera la que le permite reiterar una y otra vez el dogma de que en el cine lo que vale es la experiencia personal.

Desde esta perspectiva, la del francotirador de butaca que no tiene empacho en declarar perdido a un cineasta de la talla de Fellini o en levantar el prestigio de un artesano como Joe Dante, leer las críticas de Soto sobre películas chilenas de los ’70 a principios de los ’90 es una experiencia dolorosa. No por la calidad de los textos, sino por la innegable sensación de presenciar al autor caminando sobre huevos. Mal que mal, en plena dictadura, con una serie de factores extra-cinematográficos en juego y un entorno poco dado a los grises y a las sutilezas, decir que un estreno nacional era insalvable o derechamente una pérdida de tiempo puede haber sonado incluso cruel. Pero en otro sentido, esas tortuosas reseñas de Caiozzi, Agüero, Justiniano y Perelman permiten apreciar un ángulo distinto (uno más) del talento retórico de Soto: pueden ser textos resguardados, con un tono de disculpa que roza el paternalismo, pero jamás son perdonavidas. Más aún, la mayoría de ellos son justos y necesarios y en conjunto aportan uno de los vistazos más lúcidos y menos gastados sobre esa etapa del cine nacional.

Y es por eso tan interesante comprobar que Soto –quien nunca ha ocultado su escepticismo hacia la producción local- ha ido afilando su mirada hacia el cine chileno en los últimos años y se ha vuelto más despiadado y asertivo respecto a éste en paralelo al desarrollo técnico y expresivo que ha tenido en épocas recientes. Dicho de otra forma, que Soto se saque los guantes a la hora de hincarle el diente a Machuca, La Sagrada Familia o FiestaPatria es, de alguna manera, un halago al medio.

¿Son discutibles o defendibles las teorías de Soto sobre el cine? Es una pregunta válida, sobre todo porque la idea de que sus textos son simples reacciones de un espectador altamente ilustrado se sostiene sólo en apariencia: sus textos están llenos de generalizaciones e hipótesis sobre por qué la emoción vale más que la razón, por qué el psicoanálisis es una cruz para los cineastas, por qué la “verdad” siempre ilumina más que la teoría y por qué el consumo indiscriminado de cine industrial merece más respeto que el “último manual de semiología fílmica” (¿y por qué no pueden ir los dos de la mano?).

En la mirada de Soto, el cine es un arte que se construye desde la emoción y esa emoción es la del director. Poco espacio hay en este libro para actores, guionistas, fotógrafos y otros artistas ligados a la producción de películas, y si Soto nunca dice con todas sus letras que gran parte de sus prejuicios y aciertos viene de la teoría de autor, eso no significa que no lo proclame en cada uno de los textos que firma.

Es desde esa posición que Soto puede, por ejemplo, escribir una crítica sobre Haz lo Correcto que debe estar entre lo más fino y certero que me haya tocado leer sobre cualquier filme en cualquier época. Y es desde allí que puede además publicar una nota donde compara Las Tortugas Ninja con El Cocinero, El Ladrón, Su Mujer y Su Amante sólo para masacrar la cinta de Greenaway con una ferocidad que no puede menos que compartirse a veinte años de distancia: en verdad, las modestas tortugas tenían harta más dignidad que los devaneos estéticos del director inglés.

Las preferencias generales de Soto son bastante claras. Poca paciencia con los cineastas que se compran el cuento del arte y la trascendencia y la metafísica, y mucho interés por quienes, como dijera en una entrevista, “prefieren abrirse las venas”. De ese lado, Greenaway, Ruiz, Rivette y mucho del cine europeo experimental o comprometido que alguna vez la generación de cinéfilos de Soto veneró. De este lado, Eastwood, Cassavettes, Hitchcock, Almodóvar, Cimino, Coppola. Y en el medio gente como Spielberg, un cineasta con cuya obra Soto ha tenido una relación de amor-odio desde E.T. hasta La Guerra de los Mundos.

Pero si Una Vida Crítica es lectura imprescindible para cualquier cinéfilo nacional o de otras latitudes no es por la pasión con que el autor despliega sus preferencias: bastante de eso tenemos ya visitando cualquier blog de cine en la red. Lo que hace al volumen un texto valioso es la posibilidad de comprobar –una y otra vez- el talento como escritor de Soto, la soltura de su pluma y la claridad con que expone su juicio. Lo que lleva a una de las comprobaciones más extrañas al leer el libro: que las reseñas más entusiastas de Soto no suelen ser sus mejores trabajos, y que se siente mucho más cómodo discutiendo cintas menores o problemáticas (como Haz lo Correcto) o saltándole al cuello a títulos que considera infumables (como El Maestro de Música).

¿Fueron los años ’80 la mejor etapa de su carrera? Al menos fue la década en que tuvo un alto y sostenido nivel de calidad. También fueron los años en que muchos de los autores que más le interesan –como Scorsese- estaban en pleno funcionamiento. También fue el período clave en que el auge del video obligaría a toda una generación de cinéfilos a formar su gusto frente a la pantalla del televisor antes que en un cine-club piojoso, un fenómeno generacional del que Soto nunca se dio por advertido en sus escritos de la forma que lo ha hecho con el DVD. Fue además la década de la revista Enfoque, la publicación especializada donde Soto colaboró activamente por años. Y también –no menos importante- los ’80 fueron la década en que Soto parecía estar dispuesto a ver todo lo que se le pusiera a tiro. Sus reseñas de esos años se mueven entre la producción B (Pesadilla/Pesadilla 2), los blockbusters (Top Gun), el cine-arte puro y duro ( Fanny y Alexander) y las rarezas (Vivir para Contar). En los siguientes lustros, Soto se fue poniendo más selectivo, lo que de seguro le evitó más de una frustración como espectador, pero nos privó de sus comentarios frente a algunas deliciosas chatarras más recientes.

Mientras tantos críticos han ido y venido, desapareciendo o mutando, Soto ha seguido ahí, en distintas trincheras, escribiendo siempre con derroche de adjetivos (una película puede ser a la vez “audaz, emocionante, arrolladora”) y escasez de citas cinéfilas. Soto debe ser uno de los críticos menos dados a la enumeración de trivias en la historia del gremio, lo que viene siendo un alivio en esta época donde Imdb y Wikipedia nos han inundado de papanatas con carnet de expertos.

A lo largo de su carrera, como todo crítico, ha tenido aciertos magníficos y opiniones inentendibles, como defender un mamarracho de la talla de El Aviador o la carrera de Woody Allen post-Crímenes y Pecados. También ha mirado con poca simpatía a cineastas como Michael Mann o Raúl Ruiz (en su etapa francesa) y ha patentado la clase de arbitrariedades anecdóticas que son también la gracia de cualquier crítico con personalidad: inexplicable es, por ejemplo, la furia de ninja justiciero con que le cae encima a cineastas como Greenaway o Jane Campion, comparada con la simpatía que le despierta Robert MacNamara (Niebla de Guerra), el político y ex –ministro estadounidense que participó en actividades bastante más siniestras que perpetrar malas películas.

Y al final de todo ¿en qué consiste el estilo Soto? Está conformado, me atrevo a decir, por un respeto permanente a la precisión y al buen uso del lenguaje. Recurre pocas veces a la descripción de una escena, a la cita de un diálogo o a la frase entre comillas. Hay pocas referencias al lenguaje coloquial o a los dichos de moda, y es un alivio comprobar que la gran parte de los textos de la antología parecen escritos ayer, en el sentido de que sus juicios pueden ser discutibles o lucir –en algunos casos- polvorientos o dignos de revisión, pero no la forma en que los expresa. Leer este libro y luego dar un rápido vistazo a lo que se considera hoy crítica de cine en la prensa escrita chilena es una triste manera de comprobar que Soto puede tener herederos en cuanto a su moral, pero no respecto a su oficio. Por estos días en el gremio, nadie está escribiendo con el nivel de pureza conceptual y de ritmo que este crítico tuvo en la mejor etapa de su larga carrera, y la edición de este volumen –el primer gran acontecimiento cinéfilo del año en el país- bien puede contribuir a remediar semejante vacío.

Los críticos, no es ningún secreto, suelen extraviarse o perder interés con los años. El estadounidense Kent Jones decía en una entrevista que escribir sobre cine era un oficio para gente joven en la medida que implicaba ver –devorar- grandes cantidades de basura junto con las buenas películas. De ahí, reflexionaba, que una persona mayor tuviera menos que decir sobre el cine reciente en la medida que su paciencia con los malos filmes se hacía más volátil. Es un juicio discutible, pero válido, considerando que incluso titanes del gremio como los norteamericanos Andrew Sarris y Jonathan Rosenbaum han perdido la influencia que alguna vez tuvieron.

O tal vez los tiempos cambian, para bien o para mal, y la crítica de cine tal como Soto la conoció y ejerció en las últimas tres décadas, se está batiendo en retirada frente a las comunidades de blogueros, programas de farándula y solapistas que hoy por hoy campean en los medios. Pero lo cierto es que en críticas de cintas tan recientes como Old Boy o Radio Corazón, Soto vuelve a sorprender e incluso a provocar. Y si el cine está en evolución o involución –dependiendo de cómo se mire- lo cierto es que la publicación de Una Vida Crítica obliga a mirar hacia atrás, a pensar en el presente e incluso a preguntarse por el futuro. Soto puede no haber tenido jamás ambiciones como realizador, pero su aporte al medio va mucho más allá del que jamás lograrán algunos directores a los cuales destrozó o defendió a lo largo de décadas. Bien por él. Bien por nosotros.

domingo, febrero 17, 2008

cine o chatarra: hora de tomar una opcion


columna FUERA de FOCO pal WIKEN del viernes de EL M
pude haber escrito mucho mas pero creo q lo q digo está claro:
TVN es el enemigo, BancoEstado es impresentable q auspicie Che Kopete y todo aquello q se está haciendo pa ganar dinero o conquistar a la platea y que, ademas q deja mucho mucho q desear, tampoco está resultando como negocio.

justo lei q tiraron una estatua o algo asi de la Ministra de Cultura al rio Mapocho.
para ser menos anarco: al menos le está entrando agua al plan de la cultura de la Concertación.
el Fondart, TVN y tanto zanco tiene un límite.

aqui va:

La NO Fama:
conocidos fuera de casa

No todo es éxito comercial y no todas las películas nacen con el deseo de lucrar. Existen otras formas de financiamiento.

POR Alberto Fuguet

¿Alguien sabe quién es José Luis Torres Leiva o Alejandro Fernández Almendras? Creo que son pocos, pero no creo que sigan bajo tierra - aunque seguro que quisieran- , por mucho tiempo. Los dos son nombres que van a empezar a sonar o deberían. Tienen que ver más con el cine que con el espectáculo, y durante estas últimas semanas han llegado muy lejos en las canchas donde se juega el mejor cine.


No tan curiosamente, la prensa local no se ha interesado. Es comprensible, pero no justificable. Es cierto: sus cintas no se han estrenado aún, pero ¿cuándo eso ha sido tema? Estos dos cineastas jóvenes son, sin duda, no sólo talentosos y con una mirada distinta, sino que, hoy por hoy, son los nombres que en el mundo del cine serio, clase A, el circuito del cine de autor y de los festivales que no son puras fiestas, surgen cuando salta a la palestra la palabra Chile. Conozco trozos de la obra de ellos y sin duda son un enigma y quizás habría que esperar antes de opinar, pero gente y entidades y festivales que respeto han apostado por ellos, y por eso me han llamado la atención. Confío en ellos. Es más: creo que de alguna manera deben ser tomados como ejemplo. Me gusta la manera que han tenido de acercarse al cine y creo que, en un momento de serias confusiones, estos dos "desconocidos" que aún no han estrenado han demostrado que la no fama y el talento contenido pueden dar frutos.

Lo que se está fraguando no es una nueva ola o un boom, sino algo más a escala humana: una alternativa. Esto no es un desalojo artístico; es la posibilidad de poder hacer arte y no depender necesariamente del apoyo, los fondos o la sensibilidad local. Esto es raro, es curioso, es casi insólito. Claramente estamos entrando en otra etapa. Y para mejor. Una industria que quizás nunca existió está tambaleando y un movimiento que está más preocupado de ver cine asiático que de contar el box office, está naciendo. Las cintas industriales no están triunfando, y cintas menores, como la excéntrica y notable La vida me mata, si bien no han logrado entusiasmar al público en números grandes, sí están entusiasmando a los cinéfilos y a la crítica. "La mejor película chilena del año duró dos semanas", dijo su director, Sebastián Silva, cuando obtuvo el Pedro Sienna. Lo que no dijo es que aquellas cintas titánicas están durando sólo un poco más y generando muy pocos espectadores. Impresionante es el caso de Chile puede que, en términos numéricos, al parecer no se la pudo.



Cada director y productor tiene el derecho de hacer la apuesta que desea, pero lo curioso es que la apuesta segura está cada vez más riesgosa y la apuesta más personal, más independiente, no se está volviendo tan kamikaze. No todo es éxito comercial y no todas las películas nacen con el deseo de lucrar. Existen otras formas de financiamiento que depender de placements impresentables, lazos con el canal de "no–todos" los chilenos y fondos audiovisuales. Hay cineastas que quieren filmar a su manera, expresarse, y que, asumiéndose locales, entienden que existe una sensibilidad global que, tal como ha ocurrido desde siempre en la literatura, implique que una cinta filmada en Valdivia o Chillán pueda interesar y, mejor aún, conectar y emocionar en sitios lejanos y ajenos.



Torres Leiva y Fernández Almendras han arrasado no en el sentido obvio y pedestre, sino de verdad: han logrado el apoyo y reconocimiento de gente, críticos, instituciones y festivales del primer nivel, entre ellos Sundance, Rotterdam y Berlín. Aquí la frase irónica "conocidos en su casa" se aplica. En efecto, al apostar por no ser conocidos acá y sí respetados allá es lo que les está permitiendo filmar cintas de las cuales luego no van a estar arrepentidos. Torres Leiva, gracias a su corto y a sus documentales casi under, pudo filmar El cielo, la tierra y la lluvia y ganar un premio clave en Rotterdam. Fernández Almendras, con Huacho, un largo que se está filmando en Chillán, llegó al set con un World Cinema Fund de Berlín y el premio NHK de Sundance (el mismo de cintas claves para la cinematografía mundial y regional como Whisky y La ciénaga).



Por lo que tengo entendido las dos obtuvieron un Fondo de Apoyo Audiovisual posteriormente a que sus guiones empezaron a impresionar a gente que sí sabe de cine y que no necesita de fama o los currículums políticamente correctos. ¿Es mejor no tener fama acá y sí tenerla afuera? Capaz que sí. Habrá mucho que comentar cuando sus cintas se estrenen y, sin duda, serán más "vigiladas" que una cinta sin esos pedigrís, pero lo que ya han logrado me parece respetable. A veces la no fama puede abrirte muchas puertas, sobre todo si viene de la mano de convicciones, cinefilia y talento.

miércoles, febrero 06, 2008

Matías en terapia

viernes, febrero 01, 2008

Fuera de Foco en WIKEN

OK, de vuelta en forma permanente en el WIKEN, post columna Cinépata.
esta se llama FUERA DE FOCO ----esta es el debut:


Viernes 1 de febrero de 2008

Morir en público

Por Alberto Fuguet

Debuta esta nueva columna cinéfila–audiovisual–digital, la cual compartiré con Francisco Ortega, y me sugieren partir indagando en la conmoción que produce morir en público, sobre todo si el que muere es extremadamente joven y famoso. Porque la combinación es clave y sólo se entiende así. De que es una tragedia lo es, pero sobre todo es algo que supera una noticia y produce algo parecido a una conmoción, porque si es impensable y horroroso que alguien muera tan joven, lo es más si esto sucede en público y si la memoria de él va a quedar plasmada en celuloide para siempre.

Los actores jóvenes que mueren no envejecen nunca y, por eso, pasan de alguna manera a ser inmortales. ¿Se convertirá Heath Ledger en leyenda? Lo más probable es que sí. Internet lo está ayudando, además. Es probable que sus fotos sean eventualmente afiches porque algunas de las películas buenas que hizo (porque hizo algunas francamente impresentables) sincronizaron con la educación sentimental de su target. Quizás por eso todos hablan y se conmocionan hoy con Heath Ledger y casi nadie se ha fijado mucho en Brad Renfro. Aunque hagas cintas con Todd Haynes, Ang Lee y Terry Gilliam y hayas estado nominado al Oscar, si te encuentran muerto desnudo y con pastillas cerca, todo lo que hiciste por ser respetado termina siendo material de tabloide. En Chile, de hecho, fue portada de un tabloide.

Lo curioso es que Renfro también fue encontrado en una cama muerto. ¿Por qué uno y no el otro? Renfro era piola, olía a resentimiento y daño, al parecer no se podía confiar del todo en él. Era autodestructivo y cayó en la heroína. Su muerte de alguna manera podía ocurrir. Se sabe: la gente siempre quiere más y está más interesada en los ricos. O al menos así es hoy. Ahora Coppola va a cenar a Zapallar con la ministra de Cultura; antes, hubiera ido a una peña con algunos actores cesantes. Todo al final es timing. Quizás en los 70, Brad Renfro (que compartía un departamentucho en Hollywood y no arrendaba un loft de 23 mil dólares al mes) se hubiera transformado en algo así como en el Lenny Bruce del cine. Hoy, fue lanzado a la morgue mientras Ledger a la estratósfera. Ledger parecía que iba a vivir para siempre y nunca envejecería. Parecía sano y la gente llora a los sanos y se aleja de los enfermos y los suicidas. Si es verdad que Ledger tenía, como parece, un pasajero oscuro dentro de él, y no podía dormir, su exterior era más simpático, cariñoso y parecía siempre recién duchado. También tenía más dinero y, algo que le interesa a Hollywood, había generado más dinero. Seguro que generará aún más con su Batman póstumo. Dicen que Warner Bros. está preocupada por cómo lanzar en unos meses The Dark Knight. Por favor.

¿Cuál fue mejor actor? Difícil decirlo. Renfro tuvo una carrera más irregular y, por otra parte, sus tropezones con la ley y las drogas opacaron su ruido fílmico. Además, no tuvo romances mediáticos. Ledger, según me entero googleando su nombre, no logró la fama con El secreto de la montaña, sino que, para miles, estalló con Diez cosas que odio de ti y lo que hizo fue clave: maduró y se la jugó en paralelo con su público; empezó - tal como James Dean y River Phoenix- a tocar en forma paralela temas que estaban en el aire. Por eso fue aceptado y abrazado como un vaquero gay porque sus espectadores no tenían problemas ni con los vaqueros ni con los gays, y sí podían conectar con una historia de incomunicación y separación forzada (amor en los tiempos del messenger).


Renfro también hizo cintas interesantes, pero claramente sus opciones tuvieron menos legitimidad: partió como parte del imaginario de John Grisham; brilló en Apt Pupil, la mejor cinta sobre la dictadura chilena que nunca se hizo en Chile, basada en un cuento de Stephen King; y cayó en las manos de Larry Clark en Bully, una cinta sobre esto del bullying que se adelantó a su tiempo. La gente no conectó con un tipo al que lo ridiculizan todo el día. Su obra maestra, Ghost World, se basó en una novela gráfica, la dirigió un outsider como Terry Zwigof y, una vez más, Renfro fue el blanco de las bromas, ahora de dos chicas tan precoces como ácidas. La gente puede sentirse loser, pero para indentificarse, ese perdedor o ese ser marginal debe ser el héroe, no un secundario. Ledger lo entendió; Renfro claramente no.