lunes, enero 21, 2008

¿VAMONOS? (las películas que me salí)


Hace unos meses los buenos de SOHO en Bogotá me pidieron que escribiera de las películas de las que me he salido. Les dije que sí. Salió, creo, en el mes de noviembre q pasó y como la revista ya está fuera de circulación, lo posteo.

Seguro que me he salido de más, pero justo que vi uno de los bodrios-bodrios de los últimos años, El amor en los tiempos del cólera, que en algo tiene que ver con Colombia, aunque en rigor nada porque una charada y todo es más falso que cartón piedra, me acuerdé de este árticulo porque
en ella señalo un tipo de cine caro, "bien hecho", basado en libros, financiado con fondos, co-producciones y otras mierdas que hacen que la cinta no tenga patria, mirada, acento o alma aunque si presupuesto, actores de distintas nacionalidades tratan de cambiar de acento y, si uno se fija en los afiches, mujeres casi desnudas.

¿Ese es el nuevo cine latinoamericano?
que nos pillen confesados!

nota: es cierto que me salí de Japón y me dieron ganas de salirme de Batalla en el cielo pero creo que Reygadas puede ser algo posero, o no comulgo con el, pero no tiene nada que ver con estos vómitos industriales. Creo que Reygadas es de verdad y sabe filmar y lo cierto es que me tinca mucho mucho su Luz silenciosa. Mi verdadero rollo con Reygadas ha sido su feísmo y porno-explotación de la pobreza, los feos, los gordos, etcétera. Luz silenciosa, por lo que he leido y escuchado, no tiene nada que ver. Además, Reygadas no creo que esté en esto para ganar plata o ir a unos putos premios a Miami.


nota dos: no tengo nada contra Huelva la ciudad ni en rigor el festival en sí ni menos con su nuevo director, que es bueno onda. Tengo resquemores y no comparto "la moral Huelva", donde cintas como las que menciono aparecen o cosas como Las manos, de Argentina, o American Visa, de Bolivia, ganan. Para que Huelva se transforme en un gran festival iberoamericano, esas cintas ni siquiera deberían mostrarse.


¿Vámonos?

Por Alberto Fuguet


Soy de esos que se quedan hasta el final-final. E ingresan al comienzo-comienzo. Por querer ver hasta los últimos créditos, sobre todo ahora que casi nunca hay créditos al comienzo, la idea de salir de una película me complica.
Me cuesta.
Me da algo de culpa.
Lo que no implica que no le he hecho y que no volveré a hacerlo
Cuando escribo película, pienso en ese artefacto en 35mm que se exhibe en salas oscuras con Dolby. Porque he parado de ver DVDs y, lo que es peor, como me pasó el otro día con You, Me and Dupree, una comedia no tan loca y demasiado domesticada del gran Owen Wilson, tiendo a verlas adelantando, en velocidad 4 u 8, hasta 16, fast forwardeando de aburrido, porque me lateó, me dejó pensando en otros asuntos en vez de lograr atraparme pero, por un asunto de respeto y curiosidad cinéfila, igual deseo saber cómo termina.
You, Me and Dupree no termina tan mal. Me reí con la última escena, que era como una suerte de epílogo, y según los extras, esa escena se filmó de nuevo porque el final original no tenía nada de, digamos, original y no funcionaba para nada.

No haré una lista, entonces, de todos los DVDs o .AVIs o .MOVs, imágenes descargadas ilegalmente y entregadas, como regalos, por amigos cinéfilos generosos o por dealers digitales adictos a los caudales de los torrents, que he adelantado. Porque en rigor uno no se sale de los DVDs ni los saca del aparato y los tira lejos. Dudo que la gente lo haga; lo que uno hace es apretar el acelerador como todo nerd bien parido hasta dejar la película tan resumida como los 30-Second Movie Bunnies, esos conejos animados con benzendrina que comprimen las películas en internet.


De un tiempo a esta parte, no tengo televisor en el dormitorio y, desde un año a esta parte, no tengo tv cable ni disco satelital por un asunto de sanidad mental, y asi tratar de estar menos enchufado, escribir más, leer más y ver cosas –en DVD o lo que sea- que sí me interesan, y que demanden de una decisión previa, para así no depender de la arbitrariedad y constante bombardeo de HBO y todos los demás. Porque si se trata de salirse antes o de ingresar tarde a una película, la promiscuidad que provoca el cable es algo intensamente inmoral. No me interesa llegar en la mitad de La Delgada Línea Roja ni menos quedarme dormido treinta minutos después porque me parece una falta de respeto. No me resulta gracioso encender la TV un sábado por la tarde y ver que ya han baleado en el peaje a Sonny Corleone. Lo más demente del cable es que uno termina viendo trozos, o tres-cuartas partes, o dos-tercios, o el último tercio, o el primer cuarto, de cintas que uno nunca pensó ver. Por las que no pagaría un peso. Se termina viendo trozos de Rápidos y furiosos, o esas cintas con Steve Martin con muchos hijos o la obra de Queen Latifah o de Vin Diesel o Demi Moore. Tampoco ingreso a ver nada con galaxias, anillos, hobbits, hadas y niños magos con anteojos.

A medida que uno crece, o se vuelve cinéfilo, lo de salirse de un filme se vuelve una experiencia ajena, poco frecuente, por la sencilla razón que uno simplemente no ingresa. Yo a ciertas cosas ya no entro. Quizás es cobardía, poca fe en los creativos poco creativos o captar que la vida –en efecto- es demasiado corta. No ingreso a nada que termina con el número III, y a pocas que con un II atachado. Huyo de las cintas dobadas al español y a buena parte de las cintas en español en general, sobre todo si la chica del latinoamericano en cuestión es una española que “casualmente” está viviendo en América Latina. Ya no quiero ver cintas que han ganado el Festival de Huelva, aunque el nuevo director me caiga bien. No tolero nada que tenga el puto logo de Ibermedia ni cintas porno-pobreza que exportan nuestras miserias con una pátina cool al exterior. Huí de Ciudad de Dios, algo producido, al parecer, por MTV y Nike para vender las favelas como los próximos Club Med. Tampoco tolero el arte-arte, sea europeo (El arca rusa) o imposturas de estos lares (Japón, de Reygadas, que, por cierto, no transcurre en Japón ni siquiera en Oriente, aunque quizás sí al oriente del DF pero nunca me quedó claro porque no soy experto en geografía azteca).


Detesto con toda mi alma las coproducciones latinoamericanas, donde el equipo parece una reunión trasnochada de la OEA. Volé a la hora de Perder es cuestión de método, por ejemplo, y de American Visa, una cinta supuestamente boliviana. Y ya no acepto la basura industrial latinoamericana, cintas hecha para ganar dinero y ser internacionales, productillos como Ladies´s Night, Rosario Tijeras, La mujer de mi hermano o El hijo de la novia (¿se murió la vieja? ¿se casó de nuevo?) o esa otra orgía de la tercera edad llamada Elsa y Fred con China Zorrilla como una octogenaria “llena de vida”.
Detesto la gente llena de vida.


Me salgo de pocas cintas americanas malas porque sé que son malas. Porque tengo tan, tan claro que son una bazofia que ni siquiera entro. No ingreso a ver Transformers. No veo cintas de Michael Bay. Punto. Desde que estrené mi primera (y quizás única película) he ido a Festivales y para todo aquellos que sueñan o envidian a la gente que camina por la alfombra roja, les adivierto que no se pierden nada. He visto cosas tan, tan malas que lo único afortunado de la experiencia es que he terminado queriéndome un poco más.
El otro día me salí, a escondidas, de una película dirigida por un amigo. Me salí porque, mirándola, capté que ya no tenía nada que ver con él, que no quería conversar con él, que no quería mentirle, que ahora entendía que ya no éramos amigos, que no era casual que no habíamos hablando en más de un años. Ya no era mi amigo, no había complicidad. Tampoco era mi enemigo pero claramente veíamos la vida de un modo diametralmente distinto. Me pareció doloroso, además, ver cómo iba haciendo el ridículo en público. Cuando la gente empezó a reírse en las partes dramáticas sentí la imperiosa necesidad de huir.
De salirme.
Quizás por eso uno huye: cuando capta que todos están disfrutando de algo que uno no entiende, no capta, no procesa.
Cuando sientes que todos rien o lloran menos tu.
¿De qué más he huido?
De su resto, sin duda. Cuando era más ingénuo veía las películas de Raúl Ruiz, me las dormía y luego salía a conversar con mis amigos acerca de lo oníricas que eran. Hasta que me salí de una, como un hombre y no volví a mirar hacia atrás. Ahora simplemente no ingreso y, lo que es más sano, no siento que me estoy perdiendo algo.
Casi nunca huyo cuando estoy solo. Pero tengo un amigo, un crítico de cine, mucho mayor, sagaz, certero y brillante, al que trato de don, que es tan generoso como intolerante “a la miseria creativa”. Más de una vez –muchas veces- me he salido de la sala y de cintas que no me tenían para nada aburrido por culpa suya.
-¿Vámonos?
La palabra clave. El santo y seña. Aquello que te exime de toda culpa pues, cuando la escuchas, te das cuenta que tienes que ayudar a alguien a salvarse.
Tiene que huir.
Salirte y ver la luz del día o las estrellas de la noche.
-Puta, la huea mala, hueón.
-Sí, puta la huea mala.