viernes, julio 25, 2008

malentendido gotico: a raiz de mi columna de Batman


Lima, 25 julio:

el viernes pasado publiqué esta columna en mi columna habitual quincenal del Wikén.
Al parecer causó decepción, rabia, malestar e irritación.
A mi también.
Si bien es probable que esté mal escrita, o q la escribi a la rápida, como toda columna, mi interés no -ya no es, al menos- intentar armar polémicas o pelear x las puras. Ni cerca. Para nada. Lo detesto. Eso no implica que no me interese opinar de la cultura pop o de lo que está pasando. Una opinion es eso: una opinion. Algo subjetivo. Ni una verdad ni tampoco una mentira.

El quilombo q se armó (tampoco ni tanto) con este artículo se debe a varias cosas. No se trata de pedir perdon xq siento q no me he equivocado ni he pecado. Pero creo q quizás me expresé mal y, sin duda, la columna se leyó peor o no se leyó.

Creo q ayudó el título con que apareció: NO VERE BATMAN
primero, no es mio
dos, si vere Batman pero no al tiro ni hare colas
tres, me intriga verla pero no ando alterado, no me parece de primera necesidad
cuatro, todo aquello q no me interesa o q no vere no me quitan el sueño, es decir, jamas titular o haría una columna para hablar de lo que NO veré o leeré

Pues bien:
el titulo original se llamó ESTADO CRITCO
dos- no hago criticas de cintas q no veo
3- la idea era captar mi estado de animo y el muchos: q los cines no solo estan en un mall, SON un mall
4- ire a ver BATMAN pero si no me gusta. que?
5- me gustan las novelas graficas pero no me siento cercano a los superheroes; si a los antiherores. Error? Falla? Puede ser. Pero ya creo q no puedo cambiar.
6- Impresionado uno con los fans de Batman y el mundo fanboy. Bien. Admirable. Fascinante. Alucinante. Pero eso no implica q alguien no pueda pensar distinto.
7- El cine claramente no está muerto: es una exageración. Pero una persona normal q solo depende de la cartelera, podria pensarlo
8-aqui en Lima me preguntaron si estaba mas viejo. Si. Y no me parece mal. Quizas es eso:
este mundo de puro ruido y efectos especiales no es el mio
9-For the record: fui el primer defensor de Batman de Burton y, como son las cosas, me trajo problemas xq todos pensaban que eso no era cine.
10- Dudo q no apoye la cultura pop

good night and good luck
suerte
y nada, nos vemos en una funcion de El caballero de la noche
espero q si sea tan tan tan fantastica como insisten. Capaz que si.



viernes 19 de julio, 2008
Fuera de Foco
Wikén, El Mercurio

ESTADO CRITICO

por Alberto Fuguet

Ayer se estrenó The Black Night, y todo el mundo (literalmente, todo el mundo) está hablando cosas positivas. Una amiga que la vio me dice que no está nada de mal, que es oscura, mórbida, que Ledger se transformará en un ícono para bipolares, pero la idea que él, haga lo que haga, no será el ganador (el mal nunca triunfa igual no como en la vida real) me descorazona y, peor aún, me llena de desidia. Me da mucha mucha pereza ir a ver esta película, tal como no fui capaz de arrastrarme a ver Iron Man o Hulk.



Ya me salí de Hancock y no toleré la segunda parte de Walle-E después que marvilló y emocionó con esa clase de cine mudo. Creo que no puedo seguir hablando en trozos. No quiero compartimentalizarme. Decir cosas como el “comienzo está bueno” o “la primera parte es impresionante”. Pues la verdad es que lo que a mí realmente me interesan son los finales y ya estoy algo más que cansado

He leído críticas de gente en la que confío acerca The Dark Knight y, al parecer, la cosa va en serio. ¿Sí? Pues bien: tengo mis dudas. ¿Es de verdad una cinta “extraordinaria”, digna de tres-cuatro o capaz que hasta cinco, o quizás no es más que una lata más bien condimentada y mejor marqueteada? Seguro que es visualmente alucinante y mejor que todas las cintas de superhéroes pero.... Pero. Qué difícil ser crítico en estos tiempos. Si te toca cubrir los estrenos, debes estar tan, tan apaleado y aburrido que, por sanidad mental, empiezas a ver cosas positivas donde claramente no las hay.



Porque el cine (tal y como lo hemos conocido) ha muerto qué rato, y todos siguen hablando de la muerte de la novela. El cine no está en la pantalla ancha ni en la cartelera suburbana. Es un lugar más del mall. Mal. A veces casi ni está en los cine-arte. Si está vivo, está recuperándose en festivales de cine o en You Tube o no sé donde. Pero un crítico no puede quedar como snob y comparar la última de Tsai Ming Liang con Hellboy 12 (para mi, asumiendo mis prejuicios, el infierno mismo, la haya hecho Del Toro o no). No corresponde. Entre otras cosas porque quizas ni siquiera él o ella tienen acceso al cine que aún tiene sangre en sus venas.



¿Qué sucede entonces? Lo que todo depresivo-suicida intenta para no matarse: trata de ver lo rico que puede ser una hamburguesa llena de grasa, lo agradable que es el metro a las 7 de la tarde, lo bonito que a veces es la puesta de sol entre todo el smog. Pero no todos estamos medicados o comprados o deprimidos. Es complicado porque si encuentran todo malo, quedan como una suerte de caricatura; lo sé porque el año me tocó comentar la cartelera en Cooperativa y lo que partió como un agrado terminó una tortura. Todo, todo, era malo o mediocre o fome. Y cuando por fin se estrenó No es país para viejos, ya estaba fuera del aire, aterrado de acercarme a un cine, con mis neuronas masacradas.

Quizás llegué a mi punto de quiebre, el momento en que el cansacio, la rabia, el hastío y los prejucios se hacen cargo. No ando buscando sorpresas; ando buscando que no crean que soy un imbécil o –peor- que voy a reclamar sino me dan exactamente lo que deseo. El cine no es una caja de leche larga vida. Uno sí quiere sopresa. Al menos yo. Basta de superhéroes, un poco de antihéroes, por favor. Que alguna vez ganen los malos y que el vuela y viaje es el espectador, no el grandulón disfrazado.

lunes, julio 21, 2008

transpirar, zafar... acerca de las películas deportivas


siempre es un honor -o quizás hasta un sueño. estar en un sitio que uno admira, o trabajar o escribir rodeado de gente que uno considera superior. Siempre me ha gustado El Amante, la revista de cine argentina y a pesar que muchos la detestan, casi siempre estoy de acuerdo con sus miradas (y sus miradas a veces son tan divergentes que colocan críticas a favor y en contra de la misma película). El Amante se la juega, cree en la crítica, no está al servicio de las mega distribuidoras o cree que, por ser argentina, un filme necesariamente es bueno o debe ser tratado distinto a que fuera coreana o francesa.

tampoco se estrellan con las estrellas (la creativa manera de recomendar películas)
y creen que las mejores críticas son aquellas que asumen la subjetividad.

Por esas cosas, me están pidiendo colaboraciones cada tanto y si bien ya no soy crítico (aunque según algunos lectores de El Mercurio sí lo soy y malo y poco ético porque crítico cintas sin verlas... uf) me gusta poder, cada tanto, escribir de cine y quizás es verdad que soy mejor a la hora de alabar que a la hora de disectar.

Da lo mismo. Me gusta lo que está haciendo El Amante, creo que el cine argentino es mejor gracias a ellos, y cada vez que la leo me dan ganas de ver incluso cintas que ya vi, o no quise ver o las encontré malas. Los de El Amante creen que la verdadera labor de la crítica es criticar, es decir, crear debate, abrir los ojos.

Mientras despacho algo para el otro número posteo esta nota q me pidieron acerca de cintas deportivas. Es del mes de junio, 2008


Más que ganar, escapar

Por Alberto Fuguet

Es curioso pero las películas acerca de deportes tienen un serio problema a la hora de viajar. Uno pensaría que, tal como las de acción, un filme que se mueve y que se tensa, que no abusa del diálogo sino de los músculos y las pantorillas, no tendría problema alguno para cruzar fronteras. No es así. La mayor parte del cine deportivo, por llamarlo de una manera, es norteamericano o es en inglés (¿alguien ha visto la cinta de surf Puberty Blues de Bruce Beresford?). No tengo claro por qué pero pareciera que así es. Cuando este cine lograba llegar a las pantallas, su paso era fugaz. Quizás por eso tengo un lazo especial con aquellas cintas de jugadores que fueron triunfos norteamericanos y que yo vi, rodeado de dos o tres despistados, en un cine moribundo en Santiago hace diez o quince años atrás.

Ahora simplemente no llegan. Son lanzadas directamente al dvd. O son comedias de camarín, que es otro género, supongo, que no entiendo del todo aunque a veces me río con Will Farrell.


En mi memoria cinéfila tengo recuerdos de un adolorido y machucado Nick Nolte en North Dallas Forty de Ted Kotcheff; el trío de surfistas rubios en Big Wednesday de John Milius; y, una tarde fría en un cine más frío, encontrarme a Kevin Costner, Burt Lancaster y James Earl Jones en medio de un campo de maiz celebrando el beisbol, la paternidad y Salinger en Campos de sueños, el one-hit-wonder de Phil Alden Robinson, cinta que todos mis amigos norteamericanos tienen en el altar y que ninguno de mis amigos cinéfilos (y no cinéfilos) siquiera conocen.



La cinta deportiva que me interesa, que juega limpio y que sigue las reglas, no es aquella donde el chico gana sino la que, luego de saltarse y trascender todos los clichés, es aquella que, a fin de cuentas, apuesta más por la cancha (el barrio, el pequeño pueblo, el vestuario, el salón de pool) que por el juego (El color del dinero y El audaz, sin ir más lejos; All The Right Moves de Michael Chapman; Junior Bonner de Peckinpah; y la sublime Ciudad dorada de John Huston).





En la cinta deportiva pareciera que el protagonista juega primero y piensa después y quizás por eso es ideal para poder hacer un filme inteligente acerca de personas poco ilustradas y hacerlo con la camiseta de él o de los protagonistas puesta y sudada arriba del cuerpo de aquel director que quizás no sea un campeón pero puede sentir como uno. Donde hay una pelota, hay un pueblo. Y en estos pueblos perdidos la idea de la victoria tiene más que ver con poder escapar que ganar.



Porque en esas películas siempre había un pueblo y el entrenador era el padre en un mundo de padres ausentes. Para mí La última película de Peter Bogdanovich no es la gran cinta cinéfila-nostálgica que todos citan sino la mejor película de deportes que no necesita usar el juego para ser una de las más grandes exponentes del género. En ese pueblo polvoriento de Texas el basketball es tan importante como el cine. Y la esposa del entrenador decide entrenar al chico en aquella área donde la competenca siempre es feroz: el sexo y las relaciones amorosas. El coach de The Last Picture Show (que tiende a ser la figura con la que el director se identifica puesto que dirigir acaso no es sino sacar lo mejor de los demás para que el equipo triunfe) no es capaz de liderar o inspirar porque una era está llegando a su fin y los chicos son capaces de jugar bien pero saben que no ganarán, tal como saben que Red River será la última que exhiban en el cine antes que lo cierren.






Los entrenadores, por lo general, han ido reflejando los tiempos y casi siempre, en las peores cintas del género, son suerte de gurues todo poderosos, duros pero con corazón de oro. Tabulando cintas en mi mente y capto que algunas de las que más me gustan tienen un lazo entrenador-atleta en su centro pero el entrenador es algo más complejo que aquel que sabe más. Me gusta Walther Matthau insultando a garabato limpio a los pre-púberes de The Bad News Bears de Michael Ritchie; un cínico y acabado Peter Falk explotando a sus rubias luchadores libres en Las muchachas de California, la última de Robert Aldrich; Paul Newman en Slap Shot de George Roy Hill a cargo de un equipo de hockey de tercera entendiendo que ya no es uno de los jóvenes; y, quizás mi entrenador favorito de todo, Scott Glenn en Personal Best, el curioso y contractorio debut de Robert Towne (un filme mitad 70, mitad 80, con más cámara lenta que lo aconsejado). En Personal Best, Glenn es un un solitario entrenador de corredoras de fondo que, por un lado, lamenta ser sólo un entrenador de chicas y, por otro, las envidia por tener ni la vida ni complicidad que ellas tienen entre sí.




Me acuerdo también de Los muchachos del verano, una cinta muy nominada al Oscar sobre ciclistas de Peter Yates, que aún así se estrenó escuálidamente en un cine del centro y no alcanzó a durar una semana. Me acuerdo también que después de esa cinta empecé a andar en bicicleta. Dios, cómo quiero esas cintas que no duraban una semana a fines de los 70 y comienzos de los ochenta. A veces pienso que nunca las vi, que me las contaron, que las soñé.

viernes, julio 18, 2008

la criterion collection


cada tanto mi editora me me pide q ataque o ama algo; es una sección pequeña y algo escondida dentro del WIKEN y debería verse con más atención. Todos colaboran. Ahora logró que colaborara con esto, en la sección AMOR.

aqui va de la hoy, versión extended:

Amo...



Amo los dvds originales que tengo. Porque, como todos, también tengos aquellos que, como dice un amigo, son “respaldos”. Son simplemente plateados o dorados y tienen el nombre del film o la serie escrito a mano, con plumón. Y he visto cosas claves así pero nada se compara con un dvd original. No arrendado o prestado sino nuevo, comprado, ojalá llegado del exterior o comprado en una galería subterránea. Es consumismo, lo sé. Confieso que he comprado. Me gusta sacarles la lámina de plástico que se parece a la los cigarillos. Y, con cuchillos o puntas de lápices, abrir los sellos blancos. De todos los dvds, mis favoritos son, claro, los más caros. No es un asunto de arribismo. Por qué algunas de las mejores cosas son aquellas que son sencillas, sí, pero también caras. Los dvds producidos por The Criterion Collection desesperan y molestan por lo prohibitivos, pero también seducen, embriagan y te dan ganas de tenerlos todos.



Que justo the The Criterion Collection edite cintas perdidas de grandes cineastas o intenta hacer justicia con ciertos filmes o simplemente trata de agregar el mayor contexto al mejor transfer digital sólo aumenta mi respeto y mis ganas de algun día tener todos los dvds de todos los títulos del mundo. Nunca lo lograré y si lo lograra, tampoco podría quizás verlos todos aunque sea una vez pero la idea que algunas de mis películas favoritas estén conmigo, sea en versión original o respaldada, me hace sentirme más seguro, más acompañado, más preparado para enfrentar no sólo el futuro sino aventuras creativas nuevas.


sábado, julio 05, 2008

el transcurso del tiempo

columna de hoy...
posteada en Rhode Island
podría escribir 188 páginas o hablar 439 minutos
respecto al tema. Creo que es EL tema.
eso
x ahora

Viernes 04 de Julio de 2008
Fuera de foco:

El transcurso del tiempo

Años atrás, cuando yo también tenía más tiempo, vi una cinta en el Goethe que nunca he podido volver a ver. El título en alemán era impronunciable; acá, donde nunca se estrenó oficialmente, la cinta de Wim Wenders se llamó El transcurso del tiempo. Ya con ese título me conquistó. Quería verla. Era complicado por lo larga. Hasta que por fin la vi y fue como si alguien hubiera socavado con un cuchillo un pequeño túnel en mi cerebro. Era acerca de un proyeccionista que viaja a lo largo de la frontera de los dos Alemanias y quizás para acariciar y respetar su título la cinta duraba la eternidad de 175 minutos.



Ando pensando mucho en el tiempo. Al parecer, la única manera de atraparlo es creando: nada captura–preserva el tiempo mejor que las imágenes. Pienso en el tiempo cinematográfico. ¿Qué es un corto, un largo? ¿Cuánto debe durar algo y si la duración es acaso lo que define y articula el tema que se va a tocar? Cada vez me queda más claro que cualquier historia se puede contar pero no toda historia puede durar lo mismo.

Hace poco vi una cinta mediocre llamada Friday Night Lights, basada en un premiado libro acerca de un pueblo tejano que no hace otra cosa que preocuparse del equipo de fútbol de la secundaria. La cinta se me hizo eterna y no duraba más de 118 minutos. Connie Britton, una buena actriz, era la esposa del entrenador que, a lo más, lava platos. Friday Night Lights mutó en una serie, lleva dos temporadas, y es la obsesión de los intelectuales. Me dicen que es acerca de la moral de los "estados rojos" y sobre la vida en provincia. Es, me dicen, la mejor serie acerca de la lucha de clases y la necesidad de escapar.



Decido darle una chance y quedo impactado. Al rato capto por qué. La mujer del entrenador ya no sólo lava platos (y es la misma actriz). Ahora es la consejera en la secundaria y sabe cosas de los jugadores que su marido, el entrenador, no tiene idea. Y todo por un asunto de tiempo. Del transcurso de éste. Friday Night Lights, la película, tuvo muy pocos minutos para contar mucho. Las dos temporadas suman 1.500 minutos. ¿Se imaginan una cinta de 2.200 minutos? Ahora con el tiempo a su favor, conozco a todos los jugadores y, la verdad, a todo el pueblo de Odessa, Texas.


Esta serie, acerca de un tema que no me interesa nada, me interesa mucho.
¿Por qué?

Porque parece una novela. Se toma su tiempo. Desarrolla sus motivos y personajes. El error no fue adaptar ese libro; el error fue creer que ese libro podía ser una película. En noviembre aparece la caja completa de Los Sopranos (30 discos y 4.988 minutos, es decir, más de 83 horas) ¿Quién vería algo de 83 horas? Nadie. Y sin embargo mucha gente la ha visto: de trozos de una hora o en maratones de 6 a 8 horas.



Alguien me comenta que Lola o cualquier teleserie local dura más. Primero no es tan así. Con comerciales, un capítulo está más cercano a los 45 minutos. Pero sin duda que son muchas horas. La diferencia, más allá de la calidad, está en los resúmenes dominicales: en algo más de una hora, está todo lo que se necesita. La telenovela gana al comprimirse. Dexter o Friday Night Lights pasarían justamente a ser una teleserie si se resumieran. No funcionan con fast–forward. Las grandes novelas no caben en el "Reader´s Digest"; las malas, sí.