la mejor semana del año (para cinéfilos)
Otra Fuera de foco, en Wikén. Pero x ser febero (sí, feb 29, raro) y por estar delgado el suplemento y porque llegaron avisos de mitad de página (en mi caso, American Gangster de R Scott) mi columna fue cuidodosamente editada x mi jefe, Ernesto Garrat, que tuvo que reducirlo a la mitad mientras yo estaba fuera de la ciudad. Aquí la columna entera; no sé si es mejor, es solo más larga y la que envie. Ya en marzo, Ernesto me dice que la página será una página y que, además, vendrán más cambios al veterano suplemento de los viernes
Fuera de Foco:
La mejor semana del año
por Alberto Fuguet
La semana que pasó, la semana previa al Oscar es la mejor semana para el cinéfilo común y normal (¿hay cinéfilos normales?) que no viajan cada mayo a Cannes (o sea, casi todos). Es más: creo que la semana que pasó fue acaso la mejor semana del año de la cartelera y eso que del año llevamos poco. Da lo mismo que quizás a uno no le gustó lo que estrenaron (la machachona y sospechosamente indie y falsa Juno, sin ir más lejos) y lamenta que no estrenaron lo que quería que estrenaran: Away From Her con Julie Christe o Into the Wild de Sean Penn.
Así es: aunque a uno no le gusten todas las películas nominadas, lo cierto es que no hay semana mejor: es la semana en que, milagros de milagros, uno desea verlo casi todo. O todo. A veces por necesidad (¿será para tanto la nueva de PT Anderson?, ¿un musical gore de Burton?, ¿Jason Reitman como mejor director?) o para pelar o querer ver si de verdad es tan buena/mala como dicen, lo cierto es que esta es la semana en que uno se siente impulsado para ir al cine de manera compulsiva para estar el día, para tener tema en común con tus hermanos cinéfilos y, sin duda, para aplaudir o escupirle a la pantalla de televisión a la hora de la interminable ceremonia con sus horrorosas canciones.
En pocos días vi mucho, y en muy poco lapso, casi corriendo (qué casi, corriendo) para poder estar al día para la puta/bendita ceremonia que ennerva, molesta, excita, decepciona, aburre pero, al final, no puedes sino mirarla, revisar y cotejarla con tus amigos (los presentes y aquellos on-line, via Skype, iChat o simple messenger) los resultados que van apareciendo. Esta semana, la mejor semana cinéfila del año, repito, es casi más agotadora que una semana de festival de cine, como la del Sanfic, que es más una semana de sorpresas y de apuestas y se distingue que es más una fiesta con invitados que algo total y abiertamente popular (increíble: los Coen estaban en todos los barrios y en todas las regiones del país).
Algunos argumentarán que hay semanas mejores. Puede ser pero lo dudo. Quizás, por ahí, sucede algún error y hay una gran semana en mayo, pero por regla, casi siempre (casi nunca) a lo más hay una película (de estudio, independiente, rara, nacional) que uno se muere de ganas de ver; pero es raro, sobre todo como están las cosas, en que pareciera que todo fuera una eterna época de vacaciones infantiles, donde las explosiones y los efectos en 3D se disputan codo a codo las franquicias. De un tiempo me sucede que no quiero ver nada y no por ser menos cinéfilo. Lo que deseo ver, por desgracia, no está en la cartelera sino en los arriendos del Paseo Las Palmas o en un algún torrent.
El Oscar tiene la gracia (y acaso esa es su gracia y por eso es junto con un honor una gran herramienta de marketing) que uno desea ver cuanto antes aquellos que no vería ni siquiera en el cable (en mi caso, Expiación, basada en la novela de Ian McEwan que terminó convertida en una cuidada y cara cinta de calidad, ideal para los aficionados al paisajismo).
Pero lo mejor sin duda es que uno tiene que ver, una tras otra, cintas de directores de la talla de los Coen (redimiéndose y haciendo una clase de cine arriesgado, sin concesiones, que impacta por la fe que le tienen al cine y sí mismos) y, al día siguiente, captar que uno de mis cineastas favoritos, Paul Thomas Anderson, se tropezó seriamente con unos pozos de petróleo para crear una cinta sobregirada, machacona, con la peor banda sonido del año y –lejos- la peor actuación masculina en mucho tiempo. Es cierto que quizás Petróleo sangriento, sin tanta nominación, y durante una semana más árida, pudo haberme conquistado algo más. Lo dudo. Pero luego de ver Sin lugar para los débiles, una obra maestra con uno de los finales más sublimes en años, todo a su lado empalidece. Y a pesar de que creo que Petróleo sangriento es fallida y extraviada, incapaz de generar compasión, que sólo toca una sola nota y la toca mal, el poder verla mano a mano con la de los Coen, y Juno y Expiación es lo que hace que todo se vuelve más intenso y divertido y es que lo ya echo de menos al ver la cantidad de bodrios que están por estrenarse a lo largo de las próximas largas semanas que están por llegar.
Fuera de Foco:
La mejor semana del año
por Alberto Fuguet
La semana que pasó, la semana previa al Oscar es la mejor semana para el cinéfilo común y normal (¿hay cinéfilos normales?) que no viajan cada mayo a Cannes (o sea, casi todos). Es más: creo que la semana que pasó fue acaso la mejor semana del año de la cartelera y eso que del año llevamos poco. Da lo mismo que quizás a uno no le gustó lo que estrenaron (la machachona y sospechosamente indie y falsa Juno, sin ir más lejos) y lamenta que no estrenaron lo que quería que estrenaran: Away From Her con Julie Christe o Into the Wild de Sean Penn.
Así es: aunque a uno no le gusten todas las películas nominadas, lo cierto es que no hay semana mejor: es la semana en que, milagros de milagros, uno desea verlo casi todo. O todo. A veces por necesidad (¿será para tanto la nueva de PT Anderson?, ¿un musical gore de Burton?, ¿Jason Reitman como mejor director?) o para pelar o querer ver si de verdad es tan buena/mala como dicen, lo cierto es que esta es la semana en que uno se siente impulsado para ir al cine de manera compulsiva para estar el día, para tener tema en común con tus hermanos cinéfilos y, sin duda, para aplaudir o escupirle a la pantalla de televisión a la hora de la interminable ceremonia con sus horrorosas canciones.
En pocos días vi mucho, y en muy poco lapso, casi corriendo (qué casi, corriendo) para poder estar al día para la puta/bendita ceremonia que ennerva, molesta, excita, decepciona, aburre pero, al final, no puedes sino mirarla, revisar y cotejarla con tus amigos (los presentes y aquellos on-line, via Skype, iChat o simple messenger) los resultados que van apareciendo. Esta semana, la mejor semana cinéfila del año, repito, es casi más agotadora que una semana de festival de cine, como la del Sanfic, que es más una semana de sorpresas y de apuestas y se distingue que es más una fiesta con invitados que algo total y abiertamente popular (increíble: los Coen estaban en todos los barrios y en todas las regiones del país).
Algunos argumentarán que hay semanas mejores. Puede ser pero lo dudo. Quizás, por ahí, sucede algún error y hay una gran semana en mayo, pero por regla, casi siempre (casi nunca) a lo más hay una película (de estudio, independiente, rara, nacional) que uno se muere de ganas de ver; pero es raro, sobre todo como están las cosas, en que pareciera que todo fuera una eterna época de vacaciones infantiles, donde las explosiones y los efectos en 3D se disputan codo a codo las franquicias. De un tiempo me sucede que no quiero ver nada y no por ser menos cinéfilo. Lo que deseo ver, por desgracia, no está en la cartelera sino en los arriendos del Paseo Las Palmas o en un algún torrent.
El Oscar tiene la gracia (y acaso esa es su gracia y por eso es junto con un honor una gran herramienta de marketing) que uno desea ver cuanto antes aquellos que no vería ni siquiera en el cable (en mi caso, Expiación, basada en la novela de Ian McEwan que terminó convertida en una cuidada y cara cinta de calidad, ideal para los aficionados al paisajismo).
Pero lo mejor sin duda es que uno tiene que ver, una tras otra, cintas de directores de la talla de los Coen (redimiéndose y haciendo una clase de cine arriesgado, sin concesiones, que impacta por la fe que le tienen al cine y sí mismos) y, al día siguiente, captar que uno de mis cineastas favoritos, Paul Thomas Anderson, se tropezó seriamente con unos pozos de petróleo para crear una cinta sobregirada, machacona, con la peor banda sonido del año y –lejos- la peor actuación masculina en mucho tiempo. Es cierto que quizás Petróleo sangriento, sin tanta nominación, y durante una semana más árida, pudo haberme conquistado algo más. Lo dudo. Pero luego de ver Sin lugar para los débiles, una obra maestra con uno de los finales más sublimes en años, todo a su lado empalidece. Y a pesar de que creo que Petróleo sangriento es fallida y extraviada, incapaz de generar compasión, que sólo toca una sola nota y la toca mal, el poder verla mano a mano con la de los Coen, y Juno y Expiación es lo que hace que todo se vuelve más intenso y divertido y es que lo ya echo de menos al ver la cantidad de bodrios que están por estrenarse a lo largo de las próximas largas semanas que están por llegar.