viernes, noviembre 21, 2008

El Síndrome Rotterdam

columna de hoy del WIKEN
acerca de mi hastío post Quito con el cine-arte profundo financiado in Roter-Dam
con ayuda de Berlin, pero made aquí en el continente.

no todo está perdido, eso sí
siempre este continente sorprende:

vi, en Baires,
LOS PARANOICOS
del debutante Gabriel Medina: alucinante!



22 de Noviembre de 2008

El síndrome Rotterdam

por Alberto Fuguet


A veces estar en un festival de cine latinoamericano te puede hacer sentir muy extraviado. Sientes cuando estás rodeado de tipos que se han vuelto los regalones "del circuito", cineastas expertos en la América Latina "profunda" es que, como publicistas de primera, son capaces de ver lo que los otros quieren ver.

El cine siempre ha estado ligado a la seducción, pero antes la meta era seducir al público o, al menos, a tu gente (el cine militante de los 70). Ahora lo importante es seducir a cierta gente.
Esa gente es, por lo general, rubia, de izquierda, ecológica, primer mundista, y por lo general, han tenido un novio/novia que es de por acá.

Llamémoslo el síndrome Rotterdam, por el puerto holandés, donde se realiza un festival "que la lleva".


Hoy por hoy Rotterdam es un sello y una moral (un amigo insiste que es una retórica) y, mientras más puertas abre en el mundillo del cine independiente o de arte, da la impresión que más las cierra cuando se trata de inspiración y creatividad. No sé quién fue el señor Hubert Bals. Ni siquiera sé si está vivo (no lo voy a googlear) pero el señor Bals, del premio Hubert Bals para desarrollar cine latinoamericano y del tercer mundo, ha terminado por afectar (de afectación) el cine "alternativo" mucho más de lo que pensamos. Tanto que ya no es una alternativa; es un cliché. Rotterdam y estos festivales obsesionados con la región creen hacer el bien pero, como buena ONG paternalista, el tiro les está saliendo por la culata. Se están convirtiendo en el FMI del cine. Dictan pautas, exigen visiones, crean una suerte de club de los "niños pobres cosmopolitas".

Y sí, quizás hablo por la herida y sí, he perdido frente a ellos. Y, claro, con esta columna, dudo que me inviten alguna vez, pero mi cansancio y hastío con estas cintas idénticas y de fórmula tienen más que ver con el resultado.


Cuando uno ve cinco filmes con ese sello en un día y capta las coincidencias, descubres que no es una coincidencia sino algo parecido a un mandato. No todas las cintas que tienen estos sellos son malas ni toda persona ligada a ellos está contaminada, pero si alguien ha sufrido de una manera aterradora este matonaje cultural es el llamado Nuevo Cine Argentino que, de un tiempo a esta parte, se ha especializado en cintas sobre "tipos que caminan con saquitos". No porque eres del mismo país de Lucrecia Martel implica que puedas filmar como ella. Al revés: el mensaje es más bien lo contrario. No la imites ni te acerques a su mundo. La genia es ella, tú a lo más podrás captar tu mundo si eres honesto y, como me escribió un amigo porteño, si eres generoso.

Cuando uno se topa con cintas tras cintas de gente poco honesta y sin mundo propio, las cosas empiezan a oler mal y sientes más aburrimiento que asco. La búsqueda o exploración válida y necesaria se transformó tan rápido y se empezó a repetir de tal modo, que dan ganas de llamar a los hermanos Zanuck para hacer una parodia políticamente correcta.



Las cintas Rotterdam son películas que desprecian el diálogo y los personajes, están centradas en lo rural, les da pánico la música incidental y poseen planos contemplativos tan largos que uno puede cortarse las uñas antes del próximo corte. Ah, y matan, en vivo, animales (no ver La rabia, de Albertina Carril, la cinta más repelente y menos generosa en años o verla y llevar bolsa para el mareo). OK: Reygadas quizás es un iluminado y Luz silenciosa es, en rigor, algo irrepetible. Pero —ojo— también es inimitable. Ya lo vimos.

Ahora queremos —quiero— ver algo nuevo.