serialidad
writer´s cut de la columna de hoy... 30% mas larga de lo que salió x tema de espacios
nada-- no siempre estoy de acuerdo con lo q escribo, pero a veces ver tres de capítulos de True Blood o de Mad Men.... y todo bien, santo remedio
eso
series
Adictas y reconfortantes
Wikén: 24.10.08
x Alberto Fuguet
Cada tanto, uno se topa con esa película, ese corto, esa cinta de un conocido o un consagrado, que te confirma que cuando el cine gana, te noquea y te aplasta. Quizás sólo el cine es capaz de emocionarte y abrirte los ojos y embriagarte como es capaz de hacerlo. Pero hace tiempo que muchos están tomando en serio las series. Partiendo por aquellos que las hacen y, sin duda, por aquellos que las vemos.
Las series (las series de autor, las que tienden a aparecer en HBO o Showtime pero que también aparecen en otras partes y que a veces incluso son sitcoms o comedias de media hora) tienen dos características no menores que –creo- las hace estar en una liguilla totalmente única: son adictivas pero, más que nada, confortantes.
Aquellos que las siguen semana a semana están pendientes y adictos y sienten que algo no está bien si se las pierden y quedan fuera. Quizás mi interés y compulsión por seguir o ver o consumir ciertas series es porque me gusta pensar que son novelas rusas del siglo decinueve y que tengo más tiempo del que creo para dedicarle horas de paz para ingresar a una realidad que no es la mía y que, sin embargo, es capaz de iluminarme o hacerme recordar cosas que había olvidado.
Cada vez me topo con más gente que me dice que, más que maratones intensas y grupales, se pegan un “fin de semana serial” donde tienden a ver, a lo largo de dos días, una temporada y, si llueve, una temporada y media. Hay algo reconfortante en este rito que, casi siempre, está asociado a la cama y a la comida. El llamado “confort de las series”. Eso de no tener que apostar por algo nuevo sino abrazar aquello que es familiar. Pasar un fin de semana con Dexter o sentirse uno más de los Sopranos o ingresar a terapia con Gabriel Byrne de In Treatment. Conozco un par de amigos que se juntan a ver tres capítulos seguidos de Mad Men como si fuera un rito masónico.
Hace unas semanas me llevé la segunda temporada de Weeds a un festival de cine. Hice bien. Creo que me equilibrió y me sirvió como una suerte de detox luego de ver un promedio de cuatro largometrajes densos y silencioso diarios. Llegaba al hotel destrozado, mal, tenso y abrumado, y ahí estaba Mary-Loise Parker, la dealer más maternal y digna, junto a todos los vecinos del suburbio de Agrestic. Había días que vi tres capítulos hasta las 2 am. Otras veces el sueño me ganaba a los quince minutos. Weeds me sirvió para equilibrar la experiencia limítrofe de estar en otro país, lejos, invadido de personajes y narrativas nuevas.
Mirando Weeds pensé que, más que buena, la razón por la que quería seguir viendo tenía que ver con la familiaridad y con no tener que apostar y correr riesgos, con no tener que invertir aspiraciones y sueños por algo del que no estaba seguro que sería capaz de consolarme-envolverme. Cuando uno ve un filme, uno apuesta, se arriesga, decide optar por algo nuevo, desconocido. Y esa es la gracia, la aventura. Pero hay veces que uno no desea ser un turista ni quiere conocer más; hay veces que uno sólo desea estar en casa, con aquello y aquellos que le son familiar.
nada-- no siempre estoy de acuerdo con lo q escribo, pero a veces ver tres de capítulos de True Blood o de Mad Men.... y todo bien, santo remedio
eso
series
Adictas y reconfortantes
Wikén: 24.10.08
x Alberto Fuguet
Cada tanto, uno se topa con esa película, ese corto, esa cinta de un conocido o un consagrado, que te confirma que cuando el cine gana, te noquea y te aplasta. Quizás sólo el cine es capaz de emocionarte y abrirte los ojos y embriagarte como es capaz de hacerlo. Pero hace tiempo que muchos están tomando en serio las series. Partiendo por aquellos que las hacen y, sin duda, por aquellos que las vemos.
Las series (las series de autor, las que tienden a aparecer en HBO o Showtime pero que también aparecen en otras partes y que a veces incluso son sitcoms o comedias de media hora) tienen dos características no menores que –creo- las hace estar en una liguilla totalmente única: son adictivas pero, más que nada, confortantes.
Aquellos que las siguen semana a semana están pendientes y adictos y sienten que algo no está bien si se las pierden y quedan fuera. Quizás mi interés y compulsión por seguir o ver o consumir ciertas series es porque me gusta pensar que son novelas rusas del siglo decinueve y que tengo más tiempo del que creo para dedicarle horas de paz para ingresar a una realidad que no es la mía y que, sin embargo, es capaz de iluminarme o hacerme recordar cosas que había olvidado.
Cada vez me topo con más gente que me dice que, más que maratones intensas y grupales, se pegan un “fin de semana serial” donde tienden a ver, a lo largo de dos días, una temporada y, si llueve, una temporada y media. Hay algo reconfortante en este rito que, casi siempre, está asociado a la cama y a la comida. El llamado “confort de las series”. Eso de no tener que apostar por algo nuevo sino abrazar aquello que es familiar. Pasar un fin de semana con Dexter o sentirse uno más de los Sopranos o ingresar a terapia con Gabriel Byrne de In Treatment. Conozco un par de amigos que se juntan a ver tres capítulos seguidos de Mad Men como si fuera un rito masónico.
Hace unas semanas me llevé la segunda temporada de Weeds a un festival de cine. Hice bien. Creo que me equilibrió y me sirvió como una suerte de detox luego de ver un promedio de cuatro largometrajes densos y silencioso diarios. Llegaba al hotel destrozado, mal, tenso y abrumado, y ahí estaba Mary-Loise Parker, la dealer más maternal y digna, junto a todos los vecinos del suburbio de Agrestic. Había días que vi tres capítulos hasta las 2 am. Otras veces el sueño me ganaba a los quince minutos. Weeds me sirvió para equilibrar la experiencia limítrofe de estar en otro país, lejos, invadido de personajes y narrativas nuevas.
Mirando Weeds pensé que, más que buena, la razón por la que quería seguir viendo tenía que ver con la familiaridad y con no tener que apostar y correr riesgos, con no tener que invertir aspiraciones y sueños por algo del que no estaba seguro que sería capaz de consolarme-envolverme. Cuando uno ve un filme, uno apuesta, se arriesga, decide optar por algo nuevo, desconocido. Y esa es la gracia, la aventura. Pero hay veces que uno no desea ser un turista ni quiere conocer más; hay veces que uno sólo desea estar en casa, con aquello y aquellos que le son familiar.
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