el martir de los cinéfilos
columna de ayer, de WIKEN, version original
libro ya en la calle: confimado q llegara a Peru este mes y, al parecer, en Ecuador y Venezuela.
Colombia y Mexico, de todas maneras; en Arentina saldrá en marzo
El martir de los cinéfilos
por Alberto Fuguet
17.11.08
Andrés Caicedo, el autor colombiano, fue, antes que nada, un cinéfago (palabra suya). Sufría, según él, de cinesífilis. Esta semana ha llegado a las librerías un libro de Caicedo que edité y recopilé llamado Mi cuerpo es una celda. La denominé una “autobiografía” y, luego de cavilarlo mucho, me otorgué el crédito de “dirección y montaje”. En Colombia, su país, no necesita de presentación. Es de culto. Andrés Caicedo, el rockstar literario local, terminó transformándose en la estrella de cine más grande que ha producido Colombia.
La idea del libro es ofrecer otra mirada de Caicedo o, como dije una vez ante su familia, cortarle el pelo y subrayar más su lado cinéfilo-tartamudo-nerd. Detrás de su imagen de Morrison tropical, del pelo largo y las novelas sobre gente que baila salsa, estaba un tipo de anteojos que se pasaba en el cine y que, más que admirar el cine de Jerry Lewis, sentía que era su torpe representante en Cali. El cine no sólo contaminó y tiñó su creación sino que moldeó su vida. Acaso también contribuyó a destrozarla.
Uno de los primero artículos aparecidos a raíz de Mi cuerpo es una celda presentaron y tildaron a Caicedo como “suicida y cinéfilo”. ¿Es eso? En efecto, se mató en 1977 a los 25 años después de haberlo intentado varias veces. En su último texto anotó las películas que había visto recientemente. Caicedo, sin duda, es mucho más que eso pero esos dos adjetivos (suicida, cinéfilo) son parte esencial de su personalidad y su visión de mundo.
¿Cuánto tiene de enfermedad la cinefilia?
¿Es algo normal?
¿Tiene algo enfermo?
¿Estar encerrado todo el día en un cine (u hoy, tirado en la cama, mirando una pantalla) no tiene algo de estar en una celda?
¿El ver tanto (el verlo todo) no es una vía de escape?
¿De qué?
El cine tiene algo de cárcel pero también algo de iglesia y, al ser un sitio oscuro, se conecta con la muerte, los fantasmas y, cómo no, el erotismo y lo prohibido. Tal como es una manera para entender y conocer el mundo, también es una forma de huir.
¿Es la cinefilia una adicción peligrosa?
¿Un refugio para cobardes?
Luego de pasar tanto tiempo junto a sus escritos a veces pienso que lo que más quería era vivir dentro de la pantalla. La rosa púrpura de Cali. O, al menos, estar siempre ligado a ella: como crítico, como director de revistas de cine, como coleccionador de trivia, como espectador compulsivo, como director sin obra y como guionista frustrado que escribió cintas de terror y westerns.
Su meta era tragarlo todo y, luego, escribir sobre todo lo que veía, para así, en el acto de escribir, volver a ver lo que ya había visto. A veces pienso que quizás la tecnología lo hubiera salvado. Pero su pasión y desmesura lo llevaron a acumular toda la información posible hasta convertirlo, con el tiempo, en un cinéfago incondicional y, sin planearlo, en el primer mártir de los todos los cinéfilos latinoamericanos.
libro ya en la calle: confimado q llegara a Peru este mes y, al parecer, en Ecuador y Venezuela.
Colombia y Mexico, de todas maneras; en Arentina saldrá en marzo
El martir de los cinéfilos
por Alberto Fuguet
17.11.08
Andrés Caicedo, el autor colombiano, fue, antes que nada, un cinéfago (palabra suya). Sufría, según él, de cinesífilis. Esta semana ha llegado a las librerías un libro de Caicedo que edité y recopilé llamado Mi cuerpo es una celda. La denominé una “autobiografía” y, luego de cavilarlo mucho, me otorgué el crédito de “dirección y montaje”. En Colombia, su país, no necesita de presentación. Es de culto. Andrés Caicedo, el rockstar literario local, terminó transformándose en la estrella de cine más grande que ha producido Colombia.
La idea del libro es ofrecer otra mirada de Caicedo o, como dije una vez ante su familia, cortarle el pelo y subrayar más su lado cinéfilo-tartamudo-nerd. Detrás de su imagen de Morrison tropical, del pelo largo y las novelas sobre gente que baila salsa, estaba un tipo de anteojos que se pasaba en el cine y que, más que admirar el cine de Jerry Lewis, sentía que era su torpe representante en Cali. El cine no sólo contaminó y tiñó su creación sino que moldeó su vida. Acaso también contribuyó a destrozarla.
Uno de los primero artículos aparecidos a raíz de Mi cuerpo es una celda presentaron y tildaron a Caicedo como “suicida y cinéfilo”. ¿Es eso? En efecto, se mató en 1977 a los 25 años después de haberlo intentado varias veces. En su último texto anotó las películas que había visto recientemente. Caicedo, sin duda, es mucho más que eso pero esos dos adjetivos (suicida, cinéfilo) son parte esencial de su personalidad y su visión de mundo.
¿Cuánto tiene de enfermedad la cinefilia?
¿Es algo normal?
¿Tiene algo enfermo?
¿Estar encerrado todo el día en un cine (u hoy, tirado en la cama, mirando una pantalla) no tiene algo de estar en una celda?
¿El ver tanto (el verlo todo) no es una vía de escape?
¿De qué?
El cine tiene algo de cárcel pero también algo de iglesia y, al ser un sitio oscuro, se conecta con la muerte, los fantasmas y, cómo no, el erotismo y lo prohibido. Tal como es una manera para entender y conocer el mundo, también es una forma de huir.
¿Es la cinefilia una adicción peligrosa?
¿Un refugio para cobardes?
Luego de pasar tanto tiempo junto a sus escritos a veces pienso que lo que más quería era vivir dentro de la pantalla. La rosa púrpura de Cali. O, al menos, estar siempre ligado a ella: como crítico, como director de revistas de cine, como coleccionador de trivia, como espectador compulsivo, como director sin obra y como guionista frustrado que escribió cintas de terror y westerns.
Su meta era tragarlo todo y, luego, escribir sobre todo lo que veía, para así, en el acto de escribir, volver a ver lo que ya había visto. A veces pienso que quizás la tecnología lo hubiera salvado. Pero su pasión y desmesura lo llevaron a acumular toda la información posible hasta convertirlo, con el tiempo, en un cinéfago incondicional y, sin planearlo, en el primer mártir de los todos los cinéfilos latinoamericanos.
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