acerca de VALPARAISO, MI AMOR: esto es a largo plazo...
Esto salio hoy en La Tercera... una gran y emotiva crónica de Héctor Soto sobre Valparaíso, mi amor. La exhibirán pronto en
la nueva cinemateca. Yo no la veo hace años pero tengo el mejor de los recuerdos.
Varias cosas de lo que menciona Soto me hacen reflexionar.
Uno: el tiempo sí pasa y lo altera todo y coloca las cosas en su lugar. VALPARAISO, MI AMOR estuvo 9 días en cartelera. NUEVE!!!! insólito. Es decir, todo un "fracaso". Luego, en esos 9 días cautivó a 15 ml espectadores. O sea, pocos, aunque el país tenía menos gente, pero si uno calcula, las salas tienen que haber estado bien llenas. En todo caso, da lo mismo. El lugar que tiene en el imaginario nacional esta película no se compara con otros hits, como AYUDEME USTED COMPADRE.
Clint Eastwood ha armado una carrera mezclando cintas comerciales con cintas más personales. Ultimamente, ya hace solo las que quiere. No es tan facil sólo trabajar en cintas que no te den verguenza. La verguenza, por último, se pasa. Uno puede escudarse en que era joven, era una humorada o bien que, en efecto, necesitaba el dinero, algo del todo real, tangible y entendible. Olvidar los errores, olvidar los malos ratos, todo eso es posible y sucede más rápido de lo que uno cree.
Pero, en cambio, lo contrario, es más raro: el poder haber sido parte de algo que crece. Que se agranda. Que resiste el paso del tiempo y crece, justamente, con ese tiempo. El poder ser parte de algo que no sólo no te averguenza sino te de orgullo. Ser parte de algo que quede.
De eso se trata. Eso es lo que uno quiere. Lo que uno sueña. Por lo que uno cruza los dedos.
Soto tilda el rodaje de VALPARAISO como una epopeya. La crónica de Soto es -amistades y admiración aparte- épica. Recrea y revive una película. No solo destroza (y eso vaya que lo hace bien). Leyendo a Soto acerca de Aldo Francia te dan ganas de saltarte los filmes nominados al Oscar que falta y te dan ganas de correr a verla.
ultima cosa: siempre se habla de novelas-rio. Novelas inmensas, caudalosas, donde todo cabe, donde la prosa arrasa con todo. Pelicula puerto. Buen concepto. Una pelicula como puerto, como pto de llegada, donde la gente llega y se encuentra y se topa con otros. Despues de estar navegando solo, en el mar, llegar a puerto es un agrado. Ver peliculas-puerto también.
Domingo 5 de marzo de 2006
Reportajes
Valparaíso, Mi Amor
Película puerto
Por Héctor Soto
No recuerdo la fecha exacta, pero debe haber sido en el otoño del 1968 cuando en Valparaíso, en una mañana soleada, partió en las oficinas del desparecido diario La Unión el rodaje de la película de Aldo Francia Valparaíso, Mi Amor. Nunca entendí mucho por qué su realizador quiso comenzarla ahí, pero me gusta creer que fue un guiño de complicidad a Hvalimir Balic y a mí que por entonces estábamos dando nuestros primeros pasos en la crítica de cine. El inicio de la filmación no fue probablemente lo que hoy día llamaríamos un evento pero para nosotros, que recién rondábamos por los 20 años, fue mucho más que eso: fue un acontecimiento. Primero porque era raro que en ese tiempo se filmasen películas en Chile, y más raro todavía en Valparaíso y, bueno, también porque yo tenía que actuar de extra llevando desde una oficina a la crónica del diario, en calidad de auxiliar o pinche periodístico, supongo, una fotografía para la página policial, foto que en la pasada un periodista, Orlando Walter Muñoz (cronista deslenguado, crítico de cine incisivo y también director teatral) tenía que arrebatármela para el solo efecto de subestimarla y decir que era la misma lesera de siempre. Gran escena. Al menos así la sentía yo. Tengo grabado la memoria que Aldo hizo acercar a la cámara una fotografía ampliada de Sin Aliento, la película de Godard, que Hvalimir y yo teníamos pegada en la pared de nuestro lugar de trabajo. Era un homenaje de pasada del director a uno de los mentores de la nueva ola francesa que en ese tiempo nos dejaba en estado de trance.
Aldo Francia, un pedriatra excepcional y sensato (“los niños lloran porque tienen hambre, porque tienen frío, porque tienen calor, porque los pica una pulga y, solo en ultimo lugar, porque están enfermo”, repetía para descomprimir la pedriatría) era también un cinéfilo redomado y excepcional hasta los límites de la insensatez. Tenía la energía de un brazo de mar y en los años en que estuvo al frente al Cine Club de Viña del Mar mi impresión es que en la zona no se hablaba de otra cosa que de cine. De otra cosa que valiera la pena, al menos. Organizaba unos ciclos de difusión –recuerdo el dedicado a Elia Kazan, otro sobre Bergman, uno de la comedia bufa norteamericana- que congregaban a un público ávido, de militancia disciplinada y que seguía la proyección de las películas con el recogimiento propio de una misa. Después venían los debates donde Aldo destripaba las películas con la precisión de un médico legista y se entregaba a la caza de símbolos con un entusiasmo propio de esos naturalistas excéntricos que van al bosque con su red para capturar distintas especies de mariposas. Le gustaban los símbolos. Una vez, recuerdo, hablando de Julieta de los Espíritus, la película de Fellini, dijo que era un relato que contaba la vida de una mujer desde el nacimiento hasta su crisis matrimonial. Perdón, le dijo un asistente, ¿por qué dice usted que desde el nacimiento, siendo que cuando la película comienza Gullieta Massina, su protagonista, ya es una mujer mayor? Bueno, dijo Aldo, en la primera escena, cuando ella está en la cama hay un trapo rojo. Una mantilla. Bueno, el rojo es la sangre, el nacimiento es con sangre y la película parte de ahí. Plop.
Aldo era un gran personaje. Grande en su entusiasmo, grande en su acento italiano y en el uso del adverbio, grande en las sílabas que se comía por hablar tan rápido y grande también por la capacidad que tenía para movilizar gente de lo más diversa, sacarla de su modorra, meterla a una sala de cine y complicarle la vida radicalizándola con dilemas expresivos que la mayoría de los espectadores, de entonces y ahora, pasan por alto. Creo que como agitador cinematográfico, como activista de la causa del cine, como profesor de percepción fílmica, no ha habido ni habrá otro igual. No se trata únicamente de un impresión, porque ahí está el legado que dejó: un grupo de cinéfilos infatigables, unos cuantos números de la revista Cine Foro, los festivales de cine de Viña, que llegaron a ser la punta de lanza del nuevo cine latinoamericano o el Cine-Arte ubicado frente a la Plaza de Viña, sala que modernizó en 20 años la exhibición cinematográfica en Chile...
La vida de los pobres
Valparaíso, Mi Amor –la historia de una familia pobre que se desintegra cuando el padre (gran actuación de Hugo Cárcamo) va a parar a la cárcel y los hijos terminan en la calle, en el pequeña delincuencia urbana y en la prostitución- es una cinta tremendamente inspirada en la cual Aldo volcó su fascinación y cariño tanto por Valparaíso como por sus gentes. La cinta, como Rocco y sus Hermanos, creo, está estructurada en capítulos, tal como una novela, cada uno de los cuales da cuenta de la evolución de los distintos personajes de la historia -la niña, El Chirigua, los otros hermanos- y entrega un barrido entre melancólico de la vida porteña e indignado de la pobreza de la ciudad. Viéndola no cabe la menor duda la deuda gigantesca que Aldo tenía con el neorrealismo italiano, cuyos hitos, rumbos y desarrollos él conocía al revés y al derecho no solo por la sangre italiana que corría en sus venas, no solo por su irrestricta admiración a De Sica, Zavattini, Rossellini y Visconti (el Visconti que vibraba con los pobres, no el que salió después, embriagado con la declinación del mundo de los aristócratas y los ricos) sino también porque, como los neorrealistas, entendía el cine en íntima comunión con la realidad social.
Si hoy día filmar cualquier película en Chile es un desafío descomunal, el rodaje de Valparaíso, Mi Amor fue pura y simplemente una epopeya. La película debe haberse hecho con muy poco. Con poco dinero, muchas paleteadas y una convicción titánica. No había Fondart, no había subsidios, no había ley de donaciones culturales y solo a fines del gobierno de Frei vino a salir el reintegro a los productores chilenos del impuestos que gravaba las entradas al cine. La dirección de fotografía y cámara, generalmente al hombro, estuvo a cargo del argentino Diego Bonacina, un joven fortachón, rebelde y rupturista que el año 73 tuvo que salir apurado de Chile. El guión era del propio Aldo y José Román –gran crítico de cine- y como director de producción se desempeñó José Troncoso, cuyos desafueros y conquistas eran históricas y que con los años renunció al alcohol, al tabaco y a toda suerte de excesos nocturnos, reconvirtiéndose primero al yoga y después a credos cada vez más oscuros, orientales y esotéricos. Quién puede anticipar las vueltas que da la vida. El equilibrio y el control lo ponía el abogado Guillermo Aguayo, como gerente de la producción, y su mujer, Luisa Ferrari, abogado y periodista, apoyo fundamental para sacar el proyecto adelante.
Cuando Valparaíso Mi Amor se estrenó no creo que la década de los 60 se haya dado a nivel local una tregua, al menos como punto de inflexión, pero sí está claro que el puerto se encontró con un himno –el vals La Joya del Pacífico, de Víctor Acosta, que Jorge Farías grabó antes que Lucho Barrios, y que la cinta rescató para su poética- y que en los nueve días que la proyectaron en la sala de estreno en Valparaíso la vieron 15 mil espectadores..Después la película recorrió el país. El debate que siguió fue previsible. Para la izquierda más dura, fue una película blanda. Y parte del público desalineado políticamente, sobre todo porteño, se sintió herido. ¿Por qué Aldo insistía tanto en la pobreza, siendo que Valparaíso tiene lugares tan lindos y pintorescos? ¿Por qué llevar al exterior la imagen de una ciudad con tantas llagas en circunstancias que podían mostrarse lugares menos lastimados e historias más edificantes? Respondiendo estas preguntas necias son muchos los cineastas chilenos de ahora y de ayer que han debido desgastarse tratando de separar aguas entre lo que es filmar una película y lo que es oficiar de agencia de turismo.
En su tiempo Valparaíso, Mi Amor probablemente no generó entre los críticos el furor minoritario que provocó Tres Tristes Tigres de Raúl Ruiz ni alcanzó tampoco la repercusión pública que tuvo El Chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin. No estaba tan amparada por pretensiones autorales, seguramente, y era más ecléctica en términos políticos y expresivos. Pero sospecho que el tiempo no debiera haberla perjudicado mucho. La cinta tiene momentos gloriosos (Sara Astica, la madre, con el niño enfermo en una posta de Valparaíso, el funeral del niño en un cementerio desde el cual se divisa el mar, la actuación de los menores, el hundimiento final en el Yako, un tugurio subterráneo del puerto que era legendario) y un final un tanto abierto que deja espacio suficiente para entender cómo el entorno se tragó literalmente a esa familia, en un desenlace que es triste y hasta trágico, pero que la cinta asume con algún grado de esperanza y de candor..
Tres años después, en 1972, Aldo estrenaría su segundo largometraje, Ya No Basta con Rezar, ahora en colores y con un propuesta política mucho más alineada y por lo mismo también menos espontánea. Mi impresión, sin embargo, es que la película no superó las marcas inolvidables de Valparaíso, Mi Amor.
la nueva cinemateca. Yo no la veo hace años pero tengo el mejor de los recuerdos.
Varias cosas de lo que menciona Soto me hacen reflexionar.
Uno: el tiempo sí pasa y lo altera todo y coloca las cosas en su lugar. VALPARAISO, MI AMOR estuvo 9 días en cartelera. NUEVE!!!! insólito. Es decir, todo un "fracaso". Luego, en esos 9 días cautivó a 15 ml espectadores. O sea, pocos, aunque el país tenía menos gente, pero si uno calcula, las salas tienen que haber estado bien llenas. En todo caso, da lo mismo. El lugar que tiene en el imaginario nacional esta película no se compara con otros hits, como AYUDEME USTED COMPADRE.
Clint Eastwood ha armado una carrera mezclando cintas comerciales con cintas más personales. Ultimamente, ya hace solo las que quiere. No es tan facil sólo trabajar en cintas que no te den verguenza. La verguenza, por último, se pasa. Uno puede escudarse en que era joven, era una humorada o bien que, en efecto, necesitaba el dinero, algo del todo real, tangible y entendible. Olvidar los errores, olvidar los malos ratos, todo eso es posible y sucede más rápido de lo que uno cree.
Pero, en cambio, lo contrario, es más raro: el poder haber sido parte de algo que crece. Que se agranda. Que resiste el paso del tiempo y crece, justamente, con ese tiempo. El poder ser parte de algo que no sólo no te averguenza sino te de orgullo. Ser parte de algo que quede.
De eso se trata. Eso es lo que uno quiere. Lo que uno sueña. Por lo que uno cruza los dedos.
Soto tilda el rodaje de VALPARAISO como una epopeya. La crónica de Soto es -amistades y admiración aparte- épica. Recrea y revive una película. No solo destroza (y eso vaya que lo hace bien). Leyendo a Soto acerca de Aldo Francia te dan ganas de saltarte los filmes nominados al Oscar que falta y te dan ganas de correr a verla.
ultima cosa: siempre se habla de novelas-rio. Novelas inmensas, caudalosas, donde todo cabe, donde la prosa arrasa con todo. Pelicula puerto. Buen concepto. Una pelicula como puerto, como pto de llegada, donde la gente llega y se encuentra y se topa con otros. Despues de estar navegando solo, en el mar, llegar a puerto es un agrado. Ver peliculas-puerto también.
Domingo 5 de marzo de 2006
Reportajes
Valparaíso, Mi Amor
Película puerto
Por Héctor Soto
No recuerdo la fecha exacta, pero debe haber sido en el otoño del 1968 cuando en Valparaíso, en una mañana soleada, partió en las oficinas del desparecido diario La Unión el rodaje de la película de Aldo Francia Valparaíso, Mi Amor. Nunca entendí mucho por qué su realizador quiso comenzarla ahí, pero me gusta creer que fue un guiño de complicidad a Hvalimir Balic y a mí que por entonces estábamos dando nuestros primeros pasos en la crítica de cine. El inicio de la filmación no fue probablemente lo que hoy día llamaríamos un evento pero para nosotros, que recién rondábamos por los 20 años, fue mucho más que eso: fue un acontecimiento. Primero porque era raro que en ese tiempo se filmasen películas en Chile, y más raro todavía en Valparaíso y, bueno, también porque yo tenía que actuar de extra llevando desde una oficina a la crónica del diario, en calidad de auxiliar o pinche periodístico, supongo, una fotografía para la página policial, foto que en la pasada un periodista, Orlando Walter Muñoz (cronista deslenguado, crítico de cine incisivo y también director teatral) tenía que arrebatármela para el solo efecto de subestimarla y decir que era la misma lesera de siempre. Gran escena. Al menos así la sentía yo. Tengo grabado la memoria que Aldo hizo acercar a la cámara una fotografía ampliada de Sin Aliento, la película de Godard, que Hvalimir y yo teníamos pegada en la pared de nuestro lugar de trabajo. Era un homenaje de pasada del director a uno de los mentores de la nueva ola francesa que en ese tiempo nos dejaba en estado de trance.
Aldo Francia, un pedriatra excepcional y sensato (“los niños lloran porque tienen hambre, porque tienen frío, porque tienen calor, porque los pica una pulga y, solo en ultimo lugar, porque están enfermo”, repetía para descomprimir la pedriatría) era también un cinéfilo redomado y excepcional hasta los límites de la insensatez. Tenía la energía de un brazo de mar y en los años en que estuvo al frente al Cine Club de Viña del Mar mi impresión es que en la zona no se hablaba de otra cosa que de cine. De otra cosa que valiera la pena, al menos. Organizaba unos ciclos de difusión –recuerdo el dedicado a Elia Kazan, otro sobre Bergman, uno de la comedia bufa norteamericana- que congregaban a un público ávido, de militancia disciplinada y que seguía la proyección de las películas con el recogimiento propio de una misa. Después venían los debates donde Aldo destripaba las películas con la precisión de un médico legista y se entregaba a la caza de símbolos con un entusiasmo propio de esos naturalistas excéntricos que van al bosque con su red para capturar distintas especies de mariposas. Le gustaban los símbolos. Una vez, recuerdo, hablando de Julieta de los Espíritus, la película de Fellini, dijo que era un relato que contaba la vida de una mujer desde el nacimiento hasta su crisis matrimonial. Perdón, le dijo un asistente, ¿por qué dice usted que desde el nacimiento, siendo que cuando la película comienza Gullieta Massina, su protagonista, ya es una mujer mayor? Bueno, dijo Aldo, en la primera escena, cuando ella está en la cama hay un trapo rojo. Una mantilla. Bueno, el rojo es la sangre, el nacimiento es con sangre y la película parte de ahí. Plop.
Aldo era un gran personaje. Grande en su entusiasmo, grande en su acento italiano y en el uso del adverbio, grande en las sílabas que se comía por hablar tan rápido y grande también por la capacidad que tenía para movilizar gente de lo más diversa, sacarla de su modorra, meterla a una sala de cine y complicarle la vida radicalizándola con dilemas expresivos que la mayoría de los espectadores, de entonces y ahora, pasan por alto. Creo que como agitador cinematográfico, como activista de la causa del cine, como profesor de percepción fílmica, no ha habido ni habrá otro igual. No se trata únicamente de un impresión, porque ahí está el legado que dejó: un grupo de cinéfilos infatigables, unos cuantos números de la revista Cine Foro, los festivales de cine de Viña, que llegaron a ser la punta de lanza del nuevo cine latinoamericano o el Cine-Arte ubicado frente a la Plaza de Viña, sala que modernizó en 20 años la exhibición cinematográfica en Chile...
La vida de los pobres
Valparaíso, Mi Amor –la historia de una familia pobre que se desintegra cuando el padre (gran actuación de Hugo Cárcamo) va a parar a la cárcel y los hijos terminan en la calle, en el pequeña delincuencia urbana y en la prostitución- es una cinta tremendamente inspirada en la cual Aldo volcó su fascinación y cariño tanto por Valparaíso como por sus gentes. La cinta, como Rocco y sus Hermanos, creo, está estructurada en capítulos, tal como una novela, cada uno de los cuales da cuenta de la evolución de los distintos personajes de la historia -la niña, El Chirigua, los otros hermanos- y entrega un barrido entre melancólico de la vida porteña e indignado de la pobreza de la ciudad. Viéndola no cabe la menor duda la deuda gigantesca que Aldo tenía con el neorrealismo italiano, cuyos hitos, rumbos y desarrollos él conocía al revés y al derecho no solo por la sangre italiana que corría en sus venas, no solo por su irrestricta admiración a De Sica, Zavattini, Rossellini y Visconti (el Visconti que vibraba con los pobres, no el que salió después, embriagado con la declinación del mundo de los aristócratas y los ricos) sino también porque, como los neorrealistas, entendía el cine en íntima comunión con la realidad social.
Si hoy día filmar cualquier película en Chile es un desafío descomunal, el rodaje de Valparaíso, Mi Amor fue pura y simplemente una epopeya. La película debe haberse hecho con muy poco. Con poco dinero, muchas paleteadas y una convicción titánica. No había Fondart, no había subsidios, no había ley de donaciones culturales y solo a fines del gobierno de Frei vino a salir el reintegro a los productores chilenos del impuestos que gravaba las entradas al cine. La dirección de fotografía y cámara, generalmente al hombro, estuvo a cargo del argentino Diego Bonacina, un joven fortachón, rebelde y rupturista que el año 73 tuvo que salir apurado de Chile. El guión era del propio Aldo y José Román –gran crítico de cine- y como director de producción se desempeñó José Troncoso, cuyos desafueros y conquistas eran históricas y que con los años renunció al alcohol, al tabaco y a toda suerte de excesos nocturnos, reconvirtiéndose primero al yoga y después a credos cada vez más oscuros, orientales y esotéricos. Quién puede anticipar las vueltas que da la vida. El equilibrio y el control lo ponía el abogado Guillermo Aguayo, como gerente de la producción, y su mujer, Luisa Ferrari, abogado y periodista, apoyo fundamental para sacar el proyecto adelante.
Cuando Valparaíso Mi Amor se estrenó no creo que la década de los 60 se haya dado a nivel local una tregua, al menos como punto de inflexión, pero sí está claro que el puerto se encontró con un himno –el vals La Joya del Pacífico, de Víctor Acosta, que Jorge Farías grabó antes que Lucho Barrios, y que la cinta rescató para su poética- y que en los nueve días que la proyectaron en la sala de estreno en Valparaíso la vieron 15 mil espectadores..Después la película recorrió el país. El debate que siguió fue previsible. Para la izquierda más dura, fue una película blanda. Y parte del público desalineado políticamente, sobre todo porteño, se sintió herido. ¿Por qué Aldo insistía tanto en la pobreza, siendo que Valparaíso tiene lugares tan lindos y pintorescos? ¿Por qué llevar al exterior la imagen de una ciudad con tantas llagas en circunstancias que podían mostrarse lugares menos lastimados e historias más edificantes? Respondiendo estas preguntas necias son muchos los cineastas chilenos de ahora y de ayer que han debido desgastarse tratando de separar aguas entre lo que es filmar una película y lo que es oficiar de agencia de turismo.
En su tiempo Valparaíso, Mi Amor probablemente no generó entre los críticos el furor minoritario que provocó Tres Tristes Tigres de Raúl Ruiz ni alcanzó tampoco la repercusión pública que tuvo El Chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin. No estaba tan amparada por pretensiones autorales, seguramente, y era más ecléctica en términos políticos y expresivos. Pero sospecho que el tiempo no debiera haberla perjudicado mucho. La cinta tiene momentos gloriosos (Sara Astica, la madre, con el niño enfermo en una posta de Valparaíso, el funeral del niño en un cementerio desde el cual se divisa el mar, la actuación de los menores, el hundimiento final en el Yako, un tugurio subterráneo del puerto que era legendario) y un final un tanto abierto que deja espacio suficiente para entender cómo el entorno se tragó literalmente a esa familia, en un desenlace que es triste y hasta trágico, pero que la cinta asume con algún grado de esperanza y de candor..
Tres años después, en 1972, Aldo estrenaría su segundo largometraje, Ya No Basta con Rezar, ahora en colores y con un propuesta política mucho más alineada y por lo mismo también menos espontánea. Mi impresión, sin embargo, es que la película no superó las marcas inolvidables de Valparaíso, Mi Amor.
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