sábado, mayo 24, 2008

cine mayores de 21

la columna de ayer...
version larga
acerca de los cines fashion de arte (no sabia que podría
exisitir ese término)....
a ver si posteo algo de Son of Ranbow
a ver...


Cinéfilos cool, cinéfilos snob

por Alberto Fuguet

Hace tiempo que no veía la advertencia mayores de 21 en un cine. Y el cine en que estaba no tenía nada de sórdido ni era un programa doble de cintas supuestamente eróticas italianas. Nada de Edwidge Fenech aquí. Por la onda del sitio, el célebre ArcLight de Hollywood estaba más que claro que esto no era un cine porno pero habia algo pornográfico en la cantidad de detalles cool.
La cinta que fui a ver era, curiosamente, para menores pero en rigor, más allá de los 21 o no, la cinta era una mirada nostálgica de un adulto a los niños. Son of Ranbow es una cinta inglesa que arrasó en Sundance y es acerca de esa necesidad que tienen ciertos niños hombres de intentar hacer películas caseras, aunque sean en la imaginación. Dos chicos británicos ven Rambo, de Stallone, y quedan impresionados. Yo también lo quedé; la dulzura la película es entrañable y la experiencia de la proyección, el sonido, la comidad, fue notable. Demasiada notable.
¿Puede la experiencia cinéfila ser tan-tan cool? ¿No tiene algo de nerd y, dos, de sacrificio? Esto no es la moral Grindhouse de Tarantino; la moral Archlight y sus primos básicamente llevan la idea del restaurante fusión al cine. Mal. ¿O bien?
Aún no sé si odio o amo el Archlight.

Yo me crié con la idea que Bergman se veía en un cine frio, de abrigo, con bufanda, con ratones corriendo por los pasillos. Si algunos creen que ser cinéfilo tiene algo de snob o engrupido, después de ir al Archlight sentirán que estaban en lo cierto. Aquí la gente se siente europea y aman Sin aliento de Godard sin saber quién es Godard. Lo que pasa es que París tiene onda. Y en esta ciudad, Elei, que vive de la onda, se respeta y admira aquellos que tienen estilo, da lo mismo si lo entienden o compartan. El Archlight tiene algo de hotel boutique o bar de moda. Entiende que tiene que ser distinto a un cine de barrio o multiplex. No puede parecerse a aquellos que están en los malls. El look no es como el los viejos palacios de los 20 y los 30. Nada de arquitectura maya, china o egipcia. Esta no es una fantasía babilónica-barroca de un director de arte en ácido; es la aspiración más bien de un productor de cine con casa en Malibu que desea sentirse en un lugar cool y minimalista. Y lo logran: el público es más estilizado que la gente que está en la pantalla. Cameron Díaz y Ashton Kutchner no se atreverían a ver su comedia de Las Vegas aquí; se sentírían más cómodos en un mall de Alhambra o San Bernardino.


El Archlight cobra bastante más que es, por cierto, la mejor manera en Estados Unidos de ser democráticos pero garantizar que no todos vendrán. Sobre todo aquellos que no son bellos, liberales y comen bien. Porque el nuevo racismo tiene más que ver con gustos, estilos y una obsesión con lo orgánico y lo multicutural. El Archlight, junto con los cines The Landmark y The Bridge, es el Hoyt´s La Reina sin el segundo piso. Sólo cintas europeas, indies o curiosas; y cuando hay una cinta de Hollywood (del barrio, mal que mal) son aquellas que van a ganar premios. Eso no implica que la nueva de Indiana Jones no la van a dar pero la darán de otra manera: para mayores de 21 años.


¿Qué implica eso? El público podrá tomar martinis, vodkas con RedBull o un syrah chileno o australiano. Con el truco del alcohol, estos cines pueden cobrar más, parecer un club, y alejar a los jóvenes. Curioso porque en Hollywood nadie cumple 40. Pero una cosa es tener 22 para toda la vida y otra, muy distinta, es tener 17 o, peor aún, 14. Todos quieren ver cintas de Judd Apatow pero en estos cines no las quieren ver con los adolescentes no sofisticados que las protagonizan. Aquí los cinéfilos toman espressos y barras de chocolate mexicano con chili y mozarella frita.
El sonido es impecable, y la luz de los pasillos y los baños, y las pantallas llegan al suelo y los asientos son de cuero. Un estudiante de cine presenta la película en vivo y cada espectador tiene su asiento reservado como si se tratara del cine Oriente en 1987; el tipo de público que espera la función es gente que lee libros como Pictures of a Revolution o la biografía de Casssevettes que ahora salió en bolsillo. Por ahí esta James Franco, solo, de polera vintage, anotando sus pensamientos en una moleskine. Una cosa es ir a ver Indiana Jones con los amigos; otra es ir a ver “la nueva de Spielberg”.