ingresar a terapia
columna Fuera de Foco, del Wiken,
del pasado viernes 14 de marzo---
eso:
Nuevas series de HBO:
En el diván
(o en el sofá)
POR Alberto Fuguet
En El diablo, probablemente (1977), el cineasta francés Robert Bresson se interna en la mente de un adolescente que desea suicidarse. El chico va donde un sicólogo parecido a un agente norteamericano de migración; las preguntas son frías y la empatía, cero. La terapia no conduce a ninguna parte. El chico puede estar deprimido pero no es tonto: "no estoy enfermo, doctor; lo que pasa es que veo todo muy claro".
Han pasado más de 30 años desde esa frase y el cine y la TV ya no creen que los pacientes son enfermos terminales. Y, por otro lado, tampoco que el terapeuta es el malo, sino alguien más bien fracturado que desea ayudar. Antes los pacientes que entraban a terapia era "por algo" y ese "algo" nunca era algo menor (zoofilia, sin ir más lejos en Equus de Sidney Lumet). Los terapeutas eran seres duros y fríos. Hoy no: todos, incluyendo los sicólogos, son humanos, todo es tratable, los traumas no son tan traumáticos, la conversación es aquello que nos hará libres y todo tiene que ver o es culpa de los padres. Las cosas han cambiado desde Hannibal Lecter hasta la Dra. Melfi. Pienso en esto mientras veo el bombardeo de terapeutas progre que están en crisis y la seguidilla de pacientes dañados en busca de salvación y calma. Una vez más, el responsable (o culpable) es HBO que no sólo no es TV, sino que es capaz de tener el radar digital más que sintonizado. No cabe duda de que los directores y guionistas contemporáneos han asistido a terapia y, por lo tanto, saben de lo que hablan. Tanto Blake Edwards como Woody Allen se han jactado de ir a largos sicoanálisis pero sus personajes han asistido, en cámara, a muy pocas sesiones. Cuando el cine opta por incrustar a un sicólogo casi todo sale mal: o es para la chacota (Billy Crystal en Analízame) o para hacerte desconfiar: ese sitio tan "seguro" que es la consulta puede ser territorio enemigo (Michael Caine en Vestida para matar).
Y cuando son buena onda, como Robin Williams en En busca del destino, o Judd Hirsch en Gente como uno de Robert Redford, la pequeña consulta se llena al hedor de la autoayuda y con la fantasía de que la gente sí puede cambiar en dos sesiones. Esto no sucede en la vida real. Cualquiera que ha ido a terapia sabe que los resultados (si los hay) son a muy largo plazo. Para captar lo que implica una terapia, el cine no es el medio. Se necesita de tiempo. Y quizás la TV sí es la consulta ideal.
De ahí HBO y otros canales. Desde Los Sopranos a Huff, pasando ahora por la nueva y sorprendente explícita serie Tell me you love me (ya debutará en HBO y ya está disponible en video clubs) donde la sexagenaria Jane Alexander, como la terapeuta, es aquella que tiene la mejor vida sexual (uno termina viendo más desnudos de tercera edad de lo que estaba preparado). In Treatment, también de HBO, es adictiva porque está del lado del terapeuta, quien debe soportar a sus pacientes.
Como además su vida está hecha un desastre, y se ha enamorado de la paciente del lunes, no es raro que los viernes vaya a ver a nada menos que a Dianne Wiest. Ahí reacciona como paciente y detesta a su analista porque considera que ella todo lo manipula y saca conclusiones freudianas.
En efecto: las cosas ya no son como eran.
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